Quiero empezar pidiendo disculpas por hablar de estas cosas cuando todavía quedan días de vacaciones. Pero ocurre que este 14 de agosto mis nietos han comenzado el curso escolar. Nada de particular si tenemos en cuenta que viven en Edimburgo. Sin embargo, para nuestro acompañante en el paseo acostumbrado por el pinar aquí en la playa, hay algo que no le cuadra. Él es director de colegio y va a lo suyo:
-Bueno, digo yo… si los niños empiezan el 14, ¿cuándo empiezan los maestros?
-Pues yo creo que un día antes -contesta mi hija.
-¿Y en un solo día preparan y planifican todo el curso? Eso es imposible…
¿Es imposible? Evidentemente, no, y la prueba es que en el colegio de mis nietos se hace. Sólo que tendemos a considerar imposible lo que sobrepasa lo acostumbrado o no nos entra en la cabeza y no somos capaces de explicar…
Explicar y explicarnos… Digamos que “UN PONÉ” es eso, una forma de explicar. Así que pongamos que en el recuerdo de mis primeros años de maestro era así. Se nos convocaba un día de primeros de septiembre, nos presentábamos en el colegio, nos saludábamos, se repartían los cursos y poco más y nos despedíamos hasta el primer día de clase, que era cuando considerábamos que empezaba la tarea de verdad. Lo que no recuerdo muy bien es cómo aquella manera de funcionar devino en la obligación de ir al cole el resto de días de septiembre y de cómo fuimos asumiendo, incluso justificando, esa obligación en la consideración de algo así como que es necesario planificar el curso. Hay que planificar…
Digamos que hay palabras que casi sin saber cómo se empoderan y acaban convirtiéndose en el centro de gravedad de lo que pensamos. Planificar es una de esas palabras que suelen estar en la mente de los directores de colegio a veces aún estando de vacaciones y no sabemos por qué ni cómo ese “hay que planificar” se ha impuesto como principio de valor en la dinámica escolar de forma muy parecida al de “hay que trabajar”…
Los conquistadores europeos llamaban haraganes y vagos a los indígenas porque no estaban acostumbrados a trabajar. “Trabajar como un negro”, “perezoso como un indio”. Unos prejuicios desmontados por mi admirado Pierre Clastres que nos cuenta de gentes que ignoraban que hay que ganar el pan con el sudor de la frente pero que no morían de hambre. Todo lo contrario. Las crónicas de la época nos hablan de la hermosa apariencia de los adultos, la salud de los niños, la abundancia y variedad de las fuentes alimenticias. Y nos pone ejemplos de sociedades cuya vida se basaba en la agricultura y secundariamente en la caza, pesca y recolección y que dedicaban muy poco tiempo a las actividades productivas, donde los hombres trabajaban ¡dos meses cada cuatro años! El resto era para cosas placenteras: caza, pesca, fiestas, y finalmente, para su gusto apasionado por la guerra. “Sociedades de la abundancia” así las llamaba Marshall Sahlins. Imagen idílica de estas culturas que pueden esconder atrocidades, pero que éstas no pueden ocultar los usos del tiempo como una gran y apasionante lección de cara a nuestra “sociedad del ocio” a la que aspiramos. Demasiado paraíso para poder perdurar. Porque llegamos nosotros para destruirlo, expulsarlos, y los pusimos a trabajar y murieron. Dos axiomas guían a la civilización occidental en las propias palabras de Clastres. El primero: la verdadera sociedad se da a la sombra protectora del Estado; el segundo enuncia un imperativo categórico: hay que trabajar…
Hay que trabajar… porque hay que producir! ¿cuánto? ¿para qué? Y sobre todo ¿en beneficio de quién? podríamos preguntarnos. Pues eso, hay que trabajar y, como por añadidura, en los Centros educativos hay que planificar y para eso están esos primeros días de septiembre…
Mientras el paseo continúa nos cuenta mi hija cosas sobre el funcionamiento del colegio de mis nietos que llaman la atención de nuestro acompañante que no para de preguntar y sorprenderse.
-Pero un maestro necesita tiempo para preparar las clases, coordinarse con los compañeros, leer y perfeccionarse… ¿De dónde lo sacan?
-Pues no sabría que decirte -responde mi hija-. Sólo sé que lo hacen y ahí está; y que la imagen que dan no es la de improvisación sino más bien la de un funcionamiento y una organización bastante consolidados, como si se tuviera claro lo que hay que hacer. Fíjate que en los primeros cursos que es donde están mis hijos no tienen libro de texto, una iniciativa que es ya una costumbre que pasara como desapercibida; pero que presupone que antes de ser costumbre debió ser iniciativa, puesta en marcha, experimentación, aprendizaje en definitiva. También es que hay otras maneras de funcionar que son muy distintas a las de aquí sobre todo en el terreno de lo práctico y el día a día. Allí es habitual que en el aula haya al menos dos profesores: El titular, que es quien suele dirigir la función docente y el assistant teacher o monitores que se encargan de otras tareas y que liberan al tutor para otros temas como la atención o el apoyo individuales, el preparar las clases, elaborar informes, o simplemente leer o reflexionar. Digamos que en general allí todo parece ser como más práctico. No se le dan tantas vueltas a las cosas: Simplemente se hacen y haciéndolas digamos que se tiene más claro lo que hay que hacer. No sé si me explico…
Creo que sí. Y quizás sea eso lo que marque la diferencia entre ambos contextos o culturas de trabajo. Podemos decir que de la misma manera que aquí se pone el foco en la planificación y convertimos cada comienzo de curso en un ritual de reuniones y elaboración de documentos referidos a la planificación general del curso escolar y que son año tras año lo mismo; allí lo hacen poniendo el foco en la práctica diaria y en la reflexión continua y -evidentemente- cercana sobre la práctica. Al menos eso es lo que a bote pronto se me ocurre pensar…
“UN PANÁ”
La conversación continúa por los derroteros acostumbrados de cuando se trata de criticar lo que hacemos (mal) como si sólo en las vacaciones nos sintiéramos capaces de entrar al trapo de denunciar las malas prácticas. Quizás una de esas entre tantas malas prácticas -ya se sabe que lo malo abunda- sea la de que apenas se nos ocurra pensar en la universalidad de los temas educativos; de manera que los problemas que se nos plantean en nuestros colegios ya se los han planteado en otros lugares y los han resuelto con un más o menos destacado acierto. Y eso significa siempre oportunidades de aprender, de aprender de otros, que es algo que nunca está demás.
Así que digamos que planificar (como hacemos aquí) y analizar la realidad (como hacen allí) son dos formas distintas de entender éste nuestro trabajo. Y hay una gran diferencia. Si pensamos en términos de planificación, ello parece conducirnos, casi inevitablemente, a los aspectos más teóricos y formales del ejercicio de nuestra profesión, algo de lo que suelen quejarse muy a menudo los maestros ¡Cuánto papeleo!. Sin embargo, si pensamos en términos de análisis de la realidad ello nos conduce a mirar cara a cara a los problemas y a plantear alternativas a eso que está ocurriendo ahí delante de nuestros ojos. Porque de eso se trata también; de dos formas distintas de hacer, inseparables de dos formas, también distintas, de ver, de ejercer la mirada sobre lo que hacemos. Y esa mirada no es inocente porque va acompañada del valor que concedemos a las palabras y de cómo las empoderamos. Planificar, repito, es una palabra que casi invisiblemente hemos cargado de valor y hemos empoderado, quizás neciamente. Porque ocurre que ese ritual de endiosamiento y esa fe en la planificación, al final son sólo humo y cuando no, un lastre, si pensamos nuestro trabajo en términos de utilidad, eficacia y verdad. Sobre todo, eso, verdad…
Y digamos que la palabra verdad se cuela como una intrusa en la conversación como si pareciera venir a poner las cosas en su sitio:
-Porque vamos a ver… Al final todas esas reuniones, tanto trabajo de elaborar documentos y todo eso, ¿para qué sirven?… “paná”, tío, “paná”… ¿Tú sabes lo que es un “paná”, no…? ¡po eso es un “paná”!…
Y como en un panal de abejas, las elucubraciones, entre laboriosas y bulliciosas, de las mentes de dos maestros paseando por el pinar aquí en la playa, parecen concluir en algo tan fructífero y gratificante como una gran carcajada. Y es que podría ser algo tan simple como que no perdonemos que estamos de vacaciones… Todavía.