Consejos Escolares a lo divino

Más allá o más acá de los vaivenes legislativos, por encima o por debajo de la pretendidas innovaciones metodológicas, a un lado u otro de las polémicas sobre el uso de los teléfonos móviles en el aula, en esta o en aquella orilla de las ideologías privadas invasivas e invasoras de las aulas públicas, a años luz de los debates digitales, competenciales, criteriales o situacionales, en alguno de los arcenes de la carretera que conduce a las discusiones trascendentales sobre promoción, titulación o repetición, pero principalmente enterrados bajo el exceso de burocracia y de verborrea pedagógica, los Claustros soportan preocupaciones infinitamente más graves y más comunes que todas las antes mencionadas, desvelos más recurrentes y aparentemente irresolubles. Seamos serios y honestos, las grandes cuitas en un centro educativo pasan, en orden de trascendencia, por la gestión de las salidas a los servicios del alumnado derivadas de los problemas de incontinencia de gran parte de ellos, a pesar de su juventud; en segundo lugar, por la conveniencia o no de que esta población desfogue en los pasillos entre clase y clase; y, finalmente pero no menos importante, por la aberrante discriminación sufrida por el alumnado que no cursa la seudomateria denominada Religión Católica.

Dado su carácter transversal y sus implicaciones familiares, este último asunto también es materia de discusión de cuando en cuando en el seno de los Consejos Escolares, incluso con una frecuencia mayor de la que uno entendería necesaria o lógica. En cualquier caso, no se habla ahora de aquellos tiempos en que se chantajeaba al alumnado y a sus familias incluyendo la nota de Religión en la media que servía para, por ejemplo, alcanzar una plaza universitaria; tampoco sobre la evidencia empírica acerca del superávit calificador en cualquiera de los niveles en los que se imparte esta seudomateria, a contracorriente, por cierto, de la filosofía del esfuerzo y del mérito que gran parte de sus defensores mantiene; es raro que aparezca en las conversaciones el pecado original de su inconstitucionalidad según el artículo de la Carta Magna al que uno se agarre -tan evidente que no necesitaría informe alguno de los letrados del Senado como está ocurriendo con la ley de amnistía para los implicados penalmente en el procés-; ni siquiera se atiende a la flagrante ausencia de rigor científico de sus contenidos o, finalmente, a su naturaleza privada, particular, individual, íntima que difícilmente casa con el ámbito público en el que se imparte -¿no se llamaba a esto adoctrinamiento?-. Lo dramático del caso es que en los Consejos Escolares se suelen obviar todos estos argumentos para centrarse en algo más rutinario y cotidiano, en un aspecto de la cuestión religiosa y católica mucho más prosaico. Me refiero al hecho algo estrambótico de que el profesorado de Religión en su mayoría se asemeje más un accionista de Halcón Viajes preocupado por su cartera de valores que a un enseñante interesado en que su alumnado aprenda su materia. Y es precisamente aquí donde muchas familias entienden que se produce una suerte de discriminación contra sus retoños, matriculados en una materia paralela a la Religión, de cuyo nombre fluctuante según las diferentes leyes educativas es difícil acordarse.

Y entonces el o la representante de las familias en el Consejo Escolar toma la palabra y pregunta por qué al alumnado de esa asignatura de cuyo nombre no acertamos a acordarnos no se le ofrecen excursiones con alto contenido curricular como sí se hace con los de Religión Católica, como por ejemplo asistir a una representación del musical ‘El Rey León’ en Madrid (doy fe); por qué los chavales supuestamente católicos cada dos por tres salen del centro en jornada escolar, ya sea en su vertiente complementaria o extraescolar, mientras que sus vástagos aconfesionales y quizá ateos se quedan en clase sin entender nada, con cara de circunstancias, entre la indignación, la resignación y una mal disimulada envidia; incluso tirando de algo de humor, se ironiza con que si no se tratará de un castigo divino perpetrado inconscientemente por el sistema educativo por no apuntar a sus hijos a la clase de Religión.

Entonces se suele plantear un suculento debate en el seno del Consejo Escolar en el que, dependiendo de las tendencias ideológicas de sus miembros, pero mucho más del cansancio acumulado en la argumentación de tantas otras sesiones anteriores del mismo Consejo Escolar, se suele concluir que a ver qué le vamos a hacer, que esto es lo que hay, que el cuerpo de catequistas pagados por el Estado aconfesional tiene que cuidar/chantajear a su clientela y que desde el centro se intentará animar al profesorado de la materia paralela a la Religión para que saque a sus alumnos del centro de cuando en cuando para que estos no se sientan discriminados. La razón auténtica y profunda por la que estos chavales no cursan Religión Católica, es decir, el conjunto de valores firmes e insobornables de sus familias no suele aparecer en la conversación o lo hace de una forma muy tangencial, casi anecdótica, porque el meollo de la cuestión es otro mucho menos elevado y mucho más terrenal.

En fin, a ver qué hago yo el curso que viene con mi hijo el mayor, que ya ha manifestado su intención de matricularse en Religión, porque en su centro al alumnado de esta seudomateria se lo llevan de excursión a Roma; me imagino que a ver al Papa, como mínimo.

Juan Carlos Sierra Gómez

Profesor de Lengua y Literatura en el IES Pésula de Salteras

Su último libro es Ciclotímicos (Editorial Sílex)

Una respuesta a “Consejos Escolares a lo divino”

  1. Estoy totalmente de acuerdo contigo. Me parece perfecto que las familias y los jovenes que así lo deseen, reciban formación religiosa, pero no en los centros educativos públicos, hipócritamente llamados laicos .
    Digo yo que los mismos profesores podrían impartir su materia por las tardes en las parroquias de los pueblos . Si siguen ofreciendo el mismo número de salidas trimestrales , igual no pierden adeptos ¡Es lo que hay !

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