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Miguel Hernández, en las puertas del Ayuntamiento de Valencia, donde se celebró la apertura del Congreso antifascista de 1937.
©Walter Reuter/Fondo Guillermo Fernández Zúñiga
La realidad posee la cuestionable capacidad de dejarnos con más frecuencia de la esperada ojipláticos, pasmados, desconcertados, impactados y a mí en particular acongojado y acojonado -valga el juego de palabras algo facilón-. Cuando me asomo a los medios de comunicación, sean tradicionales o digitales, el espectáculo que contemplo me resulta cada vez más descorazonador y espeluznante. En solo dos días de noviembre, se me encoge el corazón y muy particularmente mi corazón pedagógico.
El lunes 25 de noviembre -cruel casualidad- un adolescente de 17 años degüella a su ex novia de 15 en la localidad alicantina de Orihuela, el pueblo de Miguel Hernández, localidad cuyo ayuntamiento, por cierto, gobernado por la derecha extrema y la extrema derecha se niega a pedir la anulación de los juicios franquistas al poeta. Pero volvamos al cruel presente sin por ello perder de vista el pasado.
Según el informe del Ministerio de Igualdad de 2015 Percepción de la violencia de género en la adolescencia y la juventud, la frase “los celos son una expresión del amor” es una suerte de mantra sentimental que el 73,3% de los y las jóvenes de nuestro país ha escuchado de sus mayores. Por otra parte, un estudio de la Fundación Mutua Madrileña publicado justo un día antes del asesinato de la adolescente oriolana revela que un 16,9% de los jóvenes de entre 18 y 21 años cree que golpear a su pareja no es maltrato -en concreto no lo es para el 21,1% de chicos y para el 11,58% de chicas-. Y de pronto nos encontramos con la tormenta perfecta, cuando a los celos asumidos como parte de la educación sentimental se une la relativización o banalización del fenómeno de la violencia de género. Estas son las realidades que me acongojan y acojonan a partes iguales. Entre tanto, no deja de rondarme la cabeza una pregunta: más allá de la responsabilidad conjunta, social, civil, política,… ¿cuál es la cuota que le corresponde a la escuela en todo esto?, ¿qué está fallando en el ingente trabajo que se lleva a cabo en relación a todos estos asuntos, especialmente durante las etapas de educación obligatoria?
Mi lunes transcurre, pues, dándole vueltas a esta duda, pero sobre todo intentando soportar el dolor por un asesinato tan brutal. Amanece el martes 26 de noviembre y un diputado de la ultraderecha esputa desde la tribuna del Congreso de los Diputados lo siguiente: “Gracias a las redes sociales muchos jóvenes están descubriendo que la etapa posterior a la Guerra Civil no fue una etapa oscura como nos vende este Gobierno, sino un etapa de reconstrucción, de progreso y de reconciliación para lograr la unidad nacional”.
Este esperpento dialéctico, este insulto a la inteligencia, al rigor histórico-científico y al sentido común, este atentado contra la semántica más elemental -por definición una dictadura, como lo fue la de Franco, se encuentra en las antípodas de lo que se entiende por reconciliación-, este adefesio intelectual, en definitiva, se perpetra en sede parlamentaria y, por lo que sé, no pasa nada. No digo que al fulano se le abriera en ese instante el suelo bajo sus pies -para eso debería existir un ser omnipotente que castiga implacablemente a los mentirosos-. Lo que me sorprende e indigna es que, aparte de las respuestas parlamentarias in situ, a este diputado neofranquista no lo esperaran a las puertas del Congreso la fiscalía, el juez de guardia de Plaza de Castilla, la unidad científica de la Policía Nacional, los GEO, la UCO, los TEDAX, la Guardia Civil, los Regulares de Ceuta y el mismísimo sursuncorda para pedirle cuentas legales, históricas y civiles en la comisaría más cercana. O quizá se deberían haber personado allí para colocarle unas inmensas orejas de burro, de acuerdo con los tiempos pedagógicos que anhelan sus palabras, algunos de sus profesores de Historia de España del instituto, para afearle que en su momento no estuviera atento a lo que se explicaba en clase, porque no encuentran otra justificación para la cantidad de barbaridades que ha soltado el diputado ultra en un ratito.
En cualquier caso, si con todo el descaro del mundo un individuo nacido en 1992, graduado en Periodismo y Máster en Estudios Avanzados en Comunicación Política que circunstancialmente ejerce como diputado -probablemente él preferirá que lo llamen procurador en Cortes- es capaz de corromper de ese modo desde su escaño el aire del Congreso de los Diputados, la conclusión a la que podemos llegar es que algo ha fallado en el sistema educativo que lo ha formado, que algo estamos haciendo mal o insuficientemente en las aulas, especialmente en las de la educación obligatoria. Uno quiere pensar que estos energúmenos son una excepción, aquellos alumnos que se escapan del sistema sin aprender nada o los que no hacen las tareas o los que no trabajan ni en casa ni en clase… Lo que ocurre es que luego vienen los datos a ponerte en tu sitio y a profundizar tu angustia.
Podría parecer que nos estamos yendo por los cerros de Úbeda o mezclando churras con merinas, que poco o nada tiene que ver el asesinato de Orihuela con las miasmas del diputado neofranquista. No creo, sin embargo, que se trate de meras casualidades temporales, de dos anécdotas que desgraciadamente casi coinciden en fecha, ya que existe un hilo conductor muy básico que los une y los retroalimenta. Se trata en este caso de plantearse las preguntas correctas y contextualizarlas debidamente.
Qué nos falló en las aulas en el pasado, qué fue exactamente lo que no vimos venir, qué hacemos ahora para reconducir esta deriva
La duda esencial en todo esto radica en cuestionarse cómo hemos llegado hasta aquí, en qué hemos fallado como sociedad democrática para que casi cinco millones de españoles -y pueden llegar a ser muchos más si contamos los que aún no tienen edad de votar- les rían las gracias electoralmente a quienes pretenden acabar con la democracia o falsean la historia reciente de España para repetirla en una de sus peores versiones. En qué nos hemos equivocado para que en amplios estratos peligrosamente jóvenes de nuestra sociedad se esté imponiendo el relato de los que pretenden volver a ese tiempo oscuro del ‘ángel del hogar’ patrocinado por la Sección Femenina de Pilar Primo de Rivera, cuando la mujer era considerada y tratada como menor de edad. Cómo es posible que haya calado incluso entre cierta población femenina la narrativa de los ofendidos que proclaman que por culpa del avance imparable del feminismo, de la igualdad real entre hombres y mujeres, están perdiendo su hombría, es decir, sus privilegios como hombres o lo que ellos entienden que son sus viriles dominios naturales. Qué lleva, en consecuencia, a un joven presumo que educado en la escuela pública a no soportar la ruptura con su novia y creerse con el derecho de asesinarla. Para llegar a este punto hay que estar muy intoxicado por una ideología supremacista, machista, hombrista -valga el palabro- que no solo contamina el aire democrático del Congreso de los Diputados con arengas fascistas como la del pasado 26 de noviembre, sino que conquista la conversación cotidiana.
A partir de aquí aparecen como pesadillas recurrentes las dudas acerca de la responsabilidad de la escuela en todo este asunto: qué nos falló en las aulas en el pasado, qué fue exactamente lo que no vimos venir, qué hacemos ahora para reconducir esta deriva,… Si atendemos a las palabras del diputado neofranquista, lo cierto es que lo tenemos bien jodido, porque entre toda la basura esparcida en su discurso existe una verdad contemporánea incontestable: la preeminencia de las redes sociales como lugar de conversación mayoritaria en número e influencia y, por tanto, su preponderancia perversa en lo relativo al conocimiento, a la asunción de la veracidad de la información con la que se trafica en ellas. En este sentido, el giro es radical: la credibilidad de los hechos comprobados, contrastados, y la confianza en el rigor periodístico, científico, académico,… la hemos dejado en manos de la verborrea y de la cháchara digital de pseudoperiodistas, pseudoexpertos, pseudocientíficos, pseudointelectuales,… En estas circunstancias, aun demostrando con evidencias la falsedad de muchas de esas informaciones, sus usuarios, muchos de ellos jóvenes que me temo que han errado el tiro de su rebeldía, prefieren seguir montados en la falacia, en el bulo, porque les proporciona una seguridad ficticia frente a la planicie estéril de su ignorancia, y ya se sabe que no hay nada más peligroso que un ignorante que no sabe que lo es o que lo intenta disimular con cualquier supuesto conocimiento con apariencia de verdad revelada.
La única respuesta que se me ocurre es que convirtamos a nuestras escuelas, institutos y universidades en núcleos de resistencia ilustrada, racional, científica, civilizada para combatir el relato fascista de la realidad
Así pues, qué podemos hacer en la escuela para combatir este ambiente emponzoñado de mentiras que en las últimas semanas ha llegado a embarrarse aún más por los terribles efectos de la DANA en la provincia de Valencia. La única respuesta que se me ocurre es que convirtamos a nuestras escuelas, institutos y universidades en núcleos de resistencia ilustrada, racional, científica, civilizada para combatir el relato fascista de la realidad; que sigamos apostando por la conversación pausada e informada frente al ruido y al analfabetismo funcional de las redes y del ChatGPT; que peleemos por volver a prestigiar el conocimiento y el saber frente a la chulería insolente e ignorante de los pseudos; que aun con sus dudas e imperfecciones elevemos a la razón democrática sobre la barbarie fascista; en definitiva, que seamos pacíficamente beligerantes en las aulas en este sentido y convirtamos a nuestras escuelas, institutos y universidades en lugares de combate dialéctico contra la ultraderecha y de la derecha extrema. En los tiempos que corren la escuela será antifascista o no será.
No se trata de adoctrinamiento, de ideología de extrema izquierda, de política -bueno, qué no lo es-, sino de sentido común y, sobre todo, de cumplir con algún que otro artículo de la Constitución, con el espíritu y la letra de las leyes educativas, con la Declaración Universal de los Derechos Humanos y con los derechos de la niñez y de la adolescencia reconocidos por la ONU. Nada en particular.
Probablemente nunca antes en la historia fue a la vez tan fácil y tan difícil ser antifascista, estar del lado correcto de la historia.
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Juan Carlos Sierra Gómez.
Profesor de Lengua y Literatura en el IES Pésula de Salteras. Su último libro es Ciclotímicos (Editorial Sílex).
Magnífico, como siempre compañero. Sobre todo certero, que querrá decir a la vez cierto y acertado. Mientras te leía, pensaba que este artículo debería ser como de lectura obligatoria en todos lo espacios democráticos: Parlamentos, Claustro de Universidades, Institutos, sindicatos… es decir allí donde se hace imprescindible la conciencia democrática. En el fondo es esa propia conciencia democrática el espacio dónde nos jugamos el futuro. Enhorabuena!!!
Tecleo en el Diccionario de la RAE, “memoria”. Aparecen 14 acepciones de memoria. Ninguna hace mención expresa a la “memoria histórica”. Hay 6 ejemplos de memorias, (desde la memoria artificial a la memoria USB), y le siguen 18 locuciones diversas. Ninguna de ellas se refiere a la memoria histórica. Esta es la respuesta de los académicos. Ah, Juan Carlos, ante mi inocente consulta, encuentro un “Aviso: La palabra memoria histórica no está en el diccionario”. Qué tonto soy, me digo, mira que ir al diccionario de la RAE!
Lo contemple la RAE o no, Leo, lo nuestro es defender la decencia y los derechos humanos. Esa es la escuela antifascista. Gracias por tu comentario.
Lo contemple la RAE o no, Leo, lo nuestro es defender la decencia y los derechos humanos. Esa es la escuela antifascista. Gracias por tu comentario.
Si todo es necesariamente cíclico, la condición humana es una basura.