A Alexis Diaz-Pimienta
Pido excusas de antemano a los lectores por usar este espacio para una historia personal y sólo espero ser redimido de este exceso de confianza por el hecho de que a veces lo personal es lo que más se parece a lo universal.
Lo personal es que voy conduciendo camino del aeropuerto de Faro. Mi hija y mis nietos viven en el extranjero y regresan a casa después de vacaciones. El trayecto es de más de una hora. No me importa, me gusta conducir. Pero lo que para mí puede ser una satisfacción, para mis nietos es todo un suplicio: montarse en el coche es casi de inmediato empezar a marearse y vomitar. Ya sabemos de la habitual logística de bolsas, toallas, conducir despacio evitando movimientos bruscos del volante y procurar que el viaje sea tranquilo; si van dormidos mejor. Pero nada de eso suele dar resultado en estos casos y apenas a los diez minutos de viaje empiezan los primeros síntomas del mareo y tenemos que parar. Qué le vamos a hacer. Paciencia, nos decimos, frente a lo irremediable.
Frente a lo irremediable siempre están los remedios de las abuelas. Hay que mantenerlos entretenidos -opina mi mujer-. Así que propone el socorrido juego del veo-veo. Veo veo/ qué ves/ una cosita /qué cosita es… Empieza por la letrita… Un juego que en principio pareciera inagotable, pero que no lo es. No porque los niños se agoten ante el juego. Eso es rarísimo, sino porque se van agotando poco a poco las palabras de dentro del coche y de fuera. Entonces, me da por decir:
-El abuelo propone jugar a decir poesías… Me toca:
Era un niño que soñaba
un caballo de cartón…
Ay Don Antonio -me digo- defraudado y viendo el recibimiento poco entusiasta y el escaso éxito de la propuesta; a la vez que preocupado por el confuso futuro de estas generaciones que están creciendo sin la suficiente y siempre imprescindible poesía. Ya se sabe: uno vive en paz con los hombres y en guerra con sus obsesiones…
-No exageres, diría como siempre mi mujer…
Para no exagerar viene en mi auxilio a mi cabeza una de aquellas retahílas de niño que acompañaban el juego de saltar a piola que decíamos y que no se han borrado del todo de la memoria a pesar de los años. Así que empiezo a recitar con el ritmo pausado y cansino del juego acompasando en la imaginación los silencios con los saltos:
San Isidro Labrador
fue a por agua y se ahogó
muerto lo llevan en un serón.
El serón era de esparto
muerto lo llevan en un zapato.
Francisco de Goya (1977-1985) Niños jugando a pídola. Museo de Bellas Artes de Valencia, España.
Ocurre que a veces el azar nos regala el que las cosas que hemos iniciado sin apenas intención y que parecen a todas luces un sinsentido, provoquen un inesperado y extraordinario éxito, un premio en la lotería, o un resultado más allá de lo razonable por absurdo.
Y eso fue lo que ocurrió. Porque fue decir muerto lo llevan en un zapato para provocar en mis nietos un increíble estallido de la risa, un no parar de reír y celebrar… -¡Qué divertido! -ríe el más pequeño mientras me anima- ¡Sigue abuelo!…
El zapato era de un viejo
muerto lo llevan en un pellejo.
El pellejo era de aceite
muerto lo llevan an’ca Vicente.
Y mis nietos que no paran de reír rellenando con carcajadas contagiosas, las pausas de cada verso, mientras pienso que quizás la vocación y el destino de la risa sea eso: el celebrar, el celebrarse. La celebración de la risa; buen título, me digo.
-¡Otra vez abuelo, otra vez!… -me sigue animando con su cara todo sonrisa, mientras su hermana mayor, más sesuda, todavía no acaba de dar rienda suelta a la carcajada…
An’ ca Vicente estaba cerrao
con llave, fechadura, cerrojo y candao
y una tranca al lao
(y ya sin pausa) Y este cuento s’acabao.
Todavía ellos me lo recuerdan…
-Abuelo, ¿cómo era aquello del muerto en el zapato…? Cuéntalo otra vez -me dicen siempre que están aburridos y buscan algo con lo que divertirse. O si los veo discutir o pelearse lo cuelo a propósito:
-¿Os cuento otra vez lo del muerto en el zapato…?
Y es empezar San Isidro Labrador…, para que el conflicto se reconduzca como por arte de magia. Y es infalible. La risa contra los conflictos… me digo como si se tratara también de otro título a tener en cuenta.
También ocurre en las videollamadas y yo aprovecho para reprocharles que después de tantas veces, todavía no lo hayan aprendido y así ahorrarían al abuelo el tener que repetirlo, pero ellos no se dan por aludidos. Así que ni lo han aprendido, ni creo que lo aprendan.
A lo mejor -me digo-, es que intuyen, ya desde tan pequeños, el para qué sirven los aprendizajes; y tienen muy claro que aprender palabras como serón, esparto, o pellejo no tiene apenas sentido para unos niños del siglo XXI. Pero todo esto quizás sólo sean consideraciones del abuelo en el ámbito personal.
Lo universal es otra cosa. Lo universal es afirmar que los aprendizajes deben ser útiles y contextualizados; o significativos y cosas por el estilo. La matraca de palabras y vocabulario manido y repetido en cientos de textos y que a medida que se repiten van perdiendo significado y valor. Aunque no estoy del todo seguro tampoco de este tipo de afirmaciones.
O a lo mejor -me digo- es algo más sencillo: que para ellos aprender no sea tan importante como reír; una reivindicación muy simple que pareciera retrotraernos a etapas iniciales en la evolución de la condición humana a través de las sociedades que llamamos (mal) primitivas y que parecen interpelarnos acerca de la importancia de tener las ideas claras cuando del vivir se trata. Vivir siempre fue para ellos sobre todo reír, disfrutar y celebrar. Seguramente la gran lección que nos falta por aprender ante el mundo complejo y confuso que nos ha tocado vivir…
-Pero abuelo, ¿cómo puede ir un muerto en un zapato? -es la pregunta que siempre repite la hermana mayor siempre más sesuda -ya sabemos-; eso es absurdo…
Lo es -me digo- mientras pienso en que además de absurdo, puede ser útil en el sentido de La utilidad de las cosas inútiles que nos plantea Nuccio Ordine. Porque no ha acabado de dar su opinión mi nieta, cuando propongo el juego de inventar y decir cosas absurdas por imposibles; y comienzo con otra de aquellas retahílas famosas: vamos a contar mentiras, por el mar corre la liebre, por el monte la sardina, tralará… Un juego, el de contar/cantar mentiras que quizás tenga todo el sentido que aprendan los niños en la sociedad de hoy como vacuna contra la farsa y lo fake. Y un juego que continúa a su manera dentro de la pequeña atmósfera del habitáculo del coche, mientras, como siempre, fluyen por mi mente ideas e intuiciones al ritmo de la pasión -o de la obsesión, según se mire- acerca de nuestro trabajo de maestros.
Entonces se me vienen a la cabeza las palabras de Ida Vitale:
“Especialmente a cierta edad, la vida es sobre todo no entender. De ese no entender surge la ansiedad de ir más allá”.
Y pienso en el contacto de los alumnos a esa edad con el no entender, con lo imposible o lo absurdo, a través del juego, ese recurso privilegiado del aprendizaje que no acaba de imponerse en el aula por falta de fe por nuestra parte. Y pienso también en lo que aportan al propio aprendizaje por eso mismo, por imposibles y absurdos, porque es como si el juego abriera sus mentes a un espacio que es también un ejercicio extraordinario de imaginación, de libertad y creatividad… No es poca cosa -diríamos-.
Alexis Díaz Pimienta durante la entrevista que hizo en Redes Dice Radio. Se puede visualizar aquí.
Y me viene también a la cabeza el recuerdo de mi amigo Alexis Díaz-Pimienta, el poeta y repentista cubano que en sus intervenciones ante el público para uno de sus juegos de improvisación en décimas, el pie forzado, pide al público un verso octosílabo cualquiera para iniciar -dar pie- a la décima que él después ha de completar. Y entonces ocurre entre los espectadores, muchos de ellos incluso con formación universitaria, que encuentran dificultades para improvisar un verso octosílabo y tienen que ponerse a contar las ocho sílabas con los dedos para estar seguros de ello; cuando hubiera bastado recordar la lección del manual de literatura que hablaba de que el octosílabo es el verso privilegiado de nuestro idioma y no sólo por lo que se refiere al romancero que sí se estudiaba en los primeros temas del manual, sino sobre todo porque más que en los libros, el octosílabo estaba en nuestros juegos, en las retahílas, en las canciones. Nosotros no lo sabíamos pero el octosílabo inundaba nuestras vidas de niño y lo aprendíamos sin querer como por ósmosis -también diríamos-… Y es que la cuestión está clara: quizás también en el aprendizaje no se trate tanto de saber cómo de vivir; de vivencia y experiencia más que de contenidos curriculares.
Pues eso, el saber es vivir y vivir es, como dice Ida Vitale, entender y no entender. Y digamos que en ambos ámbitos, tanto en lo comprensible y racional, como en lo absurdo e irracional, está el aprendizaje y el juego esperando a nuestros alumnos y como esperándonos también a nosotros como enseñantes. Acudamos a esa cita libre de prejuicios. Entre otras cosas, porque cuando hay niños de por medio deberíamos activar nuestro escepticismo. Ellos son muchas veces la mejor vacuna contra el dogmatismo de los adultos y de los manuales de Pedagogía y Literatura.
Me ha parecido tú texto realmente interesante y sugerente. Creo que me gustará tu libro, que te cambio por uno mío y de Juan Villa sobre Doñana. Salud, suerte y un abrazo Manuel. Soy Juan F. Ojeda
Hola, Juan Francisco. En primer lugar perdón por retrasar tanto mi respuesta, y es que ha tenido que ser una amiga quien me lo haya advertido. ¿Sabes que tienes un comentario a tu texto del elogio del absurdo…? En fin, que me alegro leer tu comentario porque me recuerda que en ese texto hay un trasfondo en el que nos entendemos y que va más allá de las palabras. Me refiero al alma campesina que compartimos y a lo que puede aportar tanto a la cultura como a la propia educación. Sostenía Machado que se debía enviar a los mejores maestros a pueblos y aldeas, a la España rural, no tanto para enseñar, sino sobre todo para aprender del alma popular y campesina. Cuando escribí ese texto no me lo planteé así. Ya se sabe que lo que escribimos fluye en muchos casos de forma natural casi como producto del azar y es después cuando lo dejamos reposar y releemos que encontramos temas no previstos. Es lo que un compañero suele decir: “sin querer nos salen canciones”. Hasta que no he leído tu comentario, no había pensado que detrás de este texto está mi alma campesina y también mi alma docente en la referencia a Ida Vitale o a Alexis Díaz Pimienta. Y ambas almas se complementan en el texto sin yo pretenderlo. En fin…
Y en cuanto a lo de los libros, por supuesto. Cuenta con ello. En el próximo evento en el que nos encontremos y que espero que sea pronto, nos lo intercambiamos.
Un abrazo campesino…