Es difícil encontrar palabras cuando se te va, definitivamente, un Maestro y un amigo, de los “decentes y antiguos” como él mismo decía. Tras su fallecimiento, mucho se ha destacado su faceta como investigador (Ver Diario de Sevilla e Isidoro Moreno en Facebook ) que abrió inmensos y nuevos campos historiográficos en una Universidad, como la de Sevilla en los años 70, pacata y atrasada: La Escuela francesa de Annales, la demografía histórica, la historia de las mentalidades, el Barroco y el desmontaje de la urdimbre y la madeja de sus inyecciones y chantajes emocionales (especialmente en esta ciudad de Sevilla que él llamaba “tramposa”); y, además, por si fuera poco, la vinculación de problemas sociales con creencias y mentalidades como hizo, magistralmente, en ese libro sobre los expósitos donde nos descubrió realidades tan amargas como ocultas. Sin embargo, me gustaría destacar aquí su faceta docente, su preocupación siempre activa por la educación, en general, y por la enseñanza y divulgación de la historia en particular.
“Son ustedes profesores, da igual el nivel en que estén incrustados, no abandonen jamás el único dogma que los intelectuales, y con más motivo los que se dedican a la educación, deben asumir hasta sus raíces: No abandonen ustedes la razón, caiga el que caiga y pase lo que pase. Porque si dan ustedes un solo paso por la fe, no solamente están ustedes listos sino que acaban de liquidar a todos sus alumnos”
Estas palabras fueron pronunciadas por Carlos Álvarez en el acto de entrega, el once de Mayo de 2012 por parte de la Asociación Redes, del III Premio Isabel Álvarez al Compromiso con la Educación en el Paraninfo de la Universidad de Sevilla (abajo una imagen del acto y la intervención completa se puede ver y escuchar AQUÍ)
No se puede ser más claro y diáfano en la defensa de una educación profundamente laica y basada en la razón con todo lo que ello implica sea cual sea el área de enseñanza. No se puede ser más radical en la defensa de ese principio, no solo por el propio profesorado sino, sobre todo, por las consecuencias devastadoras sobre el alumnado (“acaban de liquidar a todos sus alumnos”). Tal posicionamiento y compromiso llevó a Carlos Álvarez a colaborar con los centros educativos y su profesorado en múltiples ocasiones y de variadas maneras (charlas, orientaciones, programación de la asignatura de Historia en el antiguo COU, participación en Escuelas de Verano…etc.). Es particularmente importante esta defensa de la razón como principio rector educativo, especialmente, en los tiempos que padecemos y no deberíamos olvidarlo. Vivimos momentos históricos de asalto a la razón y, como todo, eso llega al mundo educativo donde las creencias de los padres, o las catequesis directamente, no es que se encuentren a las puertas es que ya están dentro. La frase de Carlos, quizás, debería estar, a la manera de la advertencia de Dante, a la entrada de todo centro educativo.
Esta preocupación por la educación fue activa. Todos le reconocen su categoría de Maestro, con mayúsculas. Maestro que no solo dirigía investigaciones históricas a generaciones de historiadores/as sino que a todo su alumnado le enseñaba a pensar (y enseñar) históricamente. Y aún más, se preocupó especialmente de publicar textos de lo que podríamos llamar divulgación histórica o directamente para su uso en la enseñanza de la historia en la educación secundaria. Pondré algunos ejemplos que demuestran no solo el interés y preocupación de Carlos por estos temas, que le conducía siempre a aceptar estos compromisos y encargos (que fácilmente hubieran sido despreciados por otros catedráticos de su nivel), sino también la brillantez pedagógica de su trabajo con resultados espléndidos.
En algo más de sesenta páginas, este libro de 1981 es una brillante síntesis de cinco siglos (desde el siglo XV al XX) que aún algunos profesores y profesoras de Secundaria y Bachillerato siguen usando. En tiempos de programaciones largas, contenidos inabarcables que nunca llegan al siglo XX y seguidismo academicista de las directrices de la Selectividad, Carlos Álvarez demuestra hacer historia “total”, como se decía entonces, adaptada perfectamente al lenguaje y comprensión del alumnado y, sobre todo, explicando con claridad, y al mismo tiempo, rigor las líneas fundamentales del discurrir histórico de esos siglos. Como con aquella breve Historia de España de Pierre Vilar, no hace falta más libro de texto ni más contenidos para un alumno o alumna de Secundaria sino más bien la lectura y comprensión sosegada de ese texto.
Allá por el año 1982, en los albores de la Junta de Andalucía y cuando ésta aún creía (o respetaba) en el valor del talento de su profesorado universitario de alto nivel, la Consejería de Cultura (curiosamente, no la de Educación) creó un Seminario Permanente de Historia de Andalucía y publicó unos “Cuadernos de Trabajo de Historia de Andalucía”. Cinco carpetas desde la Prehistoria andaluza a la Edad Contemporánea. Cada una de ellas contenía distintos cuadernos de trabajo con una orientación didáctica enormemente renovadora para la enseñanza de la historia: Un guión básico y breve de contenidos y una selección de textos y documentos estadísticos y gráficos para trabajar sobre ellos. La carpeta de Historia Moderna fue coordinada por Carlos Álvarez y él mismo se encargó de algunos de los nueve cuadernos que la componen. Aún pueden encontrarse por internet, no se lo pierdan. Podríamos añadir más ejemplos,, como ese libro dedicado al siglo XV y publicado con motivo de la Expo 92, pero creo que es suficiente muestra de su interés y aportación a la educación y la enseñanza de la Historia. He querido reivindicar en este texto, con la seguridad de que él hubiera estado plenamente de acuerdo, la faceta docente de Carlos Álvarez Santaló, porque no sólo la he disfrutado como alumno, y también me ha enseñado mucho en mis tiempos de profesor de historia, sino porque creo que se suele injustamente olvidar en los textos publicados tras su fallecimiento y, probablemente también, en los homenajes universitarios.
Quisiera terminar aludiendo, aunque sea brevemente, a otro aspecto inolvidable de Carlos e indisolublemente unido a su naturaleza de maestro. Me refiero a su lenguaje, tanto oral como escrito.
Puedo asegurar que, por diversos motivos, he leído muchos manuscritos de Carlos y, por supuesto, lo he escuchado en muy diversas circunstancias públicas y privadas. Y les aseguro que representa el mejor paradigma de que el lenguaje es el principal instrumento de un docente, de un maestro, quizás de un ser humano. La entonación, los silencios, la profunda ironía, la extensa cultura no académica y más allá de la historia, la mirada y las miradas con ojos picassianos, la oscilación entre lejanía y cercanía, entre firmeza y ternura… Desgraciadamente, nos quedan pocos registros de esa voz, más allá de nuestra memoria. En el homenaje que le dedicó REDES DICE RADIO con testimonios de alumnas y alumnos así como compañeros, hemos rescatado algunos. Puedes escucharlo en este enlace.
Afortunadamente, en cambio, nos quedan sus abundantes escritos. Escritura que se fue haciendo cada vez más barroca pero también cada vez más profunda y compleja. No deja de ser paradójico (o quizás sea la máxima coherencia) que el gran deconstructor del barroco, sobre todo en su vertiente emocional como cauce determinante del control de las conductas sociales (que también son privadas), lo haga a través de un lenguaje aparente y progresivamente barroco en sus formas pero profundamente crítico. Con una inteligencia a modo de bisturí que no dejaba un solo pliegue sin desvelar y ningún imaginario social sin deconstruir así como denunciar sus contradicciones e intereses ocultos. Carlos no engañaba con el lenguaje, como sí hace el barroco ya que es su finalidad fundamental, y desde el mismo título te captaba y te introducía por túneles oscuros y no siempre con salidas luminosas, pero su tesis estaba ya en el título: La historia de la cultura o el realismo de la “ficción” , El texto devoto en el Antiguo Régimen: El laberinto de la consolación o La cara zurda de Dios: El espectáculo barroco. Hay que ser valiente, en estos tiempos, para poner títulos como los que corresponden a sus dos últimos libros donde juega con frases hechas reconvirtiéndolas (Así en la letra como en el cielo. Libro e imaginario religioso en la España moderna) o recupera palabras injustamente olvidadas (Dechado barroco del imaginario moderno).
En resumen, con su lenguaje oral y escrito Carlos Álvarez quizás tuvo siempre un solo tema de investigación y análisis: La capacidad del poder para crear imaginarios colectivos, imponerlos socialmente y hacerlo de forma tan potente que sustituya a las propias realidades. Pero que las sustituye ¡de verdad!, no como un mero adorno, porque es la única forma de soportar la dureza de realidades injustas, duras e invivibles. Dicho de otra forma, y parafraseando al propio Carlos, todo espectáculo colectivo es el modelo más demoledor de cualquier teoría de las relaciones sociales. Este texto de su último libro lo expresa con claridad:
“Es bien sabido que lo real no es más que una percepción que siente la realidad como voraz y depredadora con demasiado filo para tan escasa coraza en el perceptor. La audacia salvadora será, con evidencia, asumir su sustitución por otras realidades que dispongan de probabilidades de victoria o, simplemente, de huida con refugio.”
Larga vida y memoria, real e imaginaria, al maestro y todo su legado. Y, él ya lo sabe, ¡siempre brindaremos con ese Marqués de Riscal de 1938!
Pedro García Ballesteros, profesor de Historia,
Inspector de educación jubilado y socio de Redes
Bravo, Pedro.