Es domingo por la tarde. Sobre las cinco, tras un sueño más que profundo, vuelvo a la vida justo en el momento en que mi pareja está viendo el final del primer capítulo de una docuserie sobre quien fue futbolista profesional, seleccionador nacional y actualmente entrenador del Paris Saint-Germain Football Club -en adelante PSG-, Luis Enrique Martínez García -en adelante, simplemente Luis Enrique-. Me falta poco para retirarme a mis cuarteles de invierno, esto es, a mi lugar de trabajo hasta aproximadamente la hora de cenar, a pesar de que esta tarde dominical invita más bien a recogerse a leer en el sofá, por ejemplo, o a escribir un artículo para REDES o una reseña para Estado Crítico, o a avanzar en la novela -o lo que sea- que me tiene entretenido desde hace varios años, pero habrá que dejarlo para una mejor ocasión porque mañana es lunes, las clases no perdonan y a las criaturas que me soportan cinco días a la semana hay que alimentarlas lo mejor posible. Remoloneo al calor que me procuran el cariño y la fina manta que nos arropa a mi pareja y a mí mientras vemos las imágenes que pasan por televisión acerca del día a día de Luis Enrique en el PSG. Parece que queda poco para que termine la emisión de este capítulo, de modo que me quedo hasta su desenlace; me pongo ese límite indolente como final del asueto dominical. Mi chica me dice, antes de que enfile las escaleras que me llevan a mi torre pedagógica de marfil, que no se podía imaginar que el trabajo de entrenador fuera así, tan intenso, tan absorbente, tan técnico, tan profesional, tan complejo, tan abnegado, tan entregado, tan duro, tan ingrato, tan injusto muchas veces, y tan oculto. Me salta al hilo de este comentario la idea de que algo parecido le ocurre al trabajo del enseñante.
Consulto en la guía de la tele cuándo ponen el siguiente capítulo de esta docuserie y caigo entonces en la cuenta de su nombre: ‘No tenéis ni puta idea’; un título provocador que quizá cuadre con la imagen pública del personaje protagonista. Y pienso que sí, que es verdad, que Luis Enrique tiene razón, que los que estamos fuera de su ámbito laboral no tenemos ni puta idea de lo que realmente significa ser entrenador de un equipo de fútbol de élite. Sin embargo, a pesar de no tener ni puta idea, muchos ejercemos de experimentados entrenadores de barra de bar. No nos cortamos ni un pelo a la hora de quitar a Luis Enrique de en medio y colocarnos de oídas en el banquillo imaginario de nuestra ignorante prepotencia, para dibujar sobre la barra de cinc, con el poso de agua turbia que deja la cerveza que nos estamos tomando, el esquema de juego, la estrategia, la presión alta, el achicamiento de espacios, el marcaje por zonas, la conveniencia de jugar a pie cambiado,… En cualquier caso, lo bueno de estos desahogos es que generalmente acaban ahogados sin mayor trascendencia en el resto ya caliente de la última cerveza.
Me subo, por fin, a mi lugar de trabajo. Mientras asciendo las escaleras, voy rumiando el paralelismo que instintivamente he establecido acerca del trabajo de Luis Enrique y el de cualquier maestro. No le presto demasiada atención, de todas formas, y continúo con mi jornada laboral de fin de semana poniéndome al día en lo relativo a legislación educativa con la siempre amena lectura de la prosa del BOJA, en concreto con la Resolución de 30 de septiembre de la Dirección General de Profesorado y Gestión de Recursos Humanos de la Consejería del ramo educativo en la que se aprueba un documento titulado ‘Manual para la gestión del cumplimiento de la jornada y horarios en los centros docentes públicos….’.
De entrada, que en el título aparezca la palabra cumplimiento ya me inquieta, porque parte de una premisa peligrosa, en concreto de la desconfianza hacia el profesorado andaluz en su conjunto y, por consiguiente, de la pretendida necesidad de la administración de controlar el trabajo de este. Supongo que algo habrá que regular en este aspecto, como en todos -en el mercado de la vivienda, también, se me ocurre a bote pronto-, pero las palabras que se elijan para fijarlo negro sobre blanco son importantes, diría incluso que cruciales, porque deslizan voluntaria o involuntariamente eso que llamamos currículum oculto o inconsciente ideológico o sentido de la realidad o… Hay que cuidar el lenguaje, a no ser que nos importe más bien poco que se nos vea el plumero una vez que hemos perdido la vergüenza.
De la lectura de este manual salgo algo removido, pero sobre todo bastante irritado. Me acuerdo entonces de Bécquer, de aquello que aprendí leyendo sus Cartas literarias a una mujer: “… por lo que a mí toca, puedo asegurarte que cuando siento no escribo. Guardo, sí, en mi cerebro escritas (…) las impresiones que han dejado en él su huella al pasar”. De modo que no escribiré inmediatamente después de esta lectura, sino que me centraré en la preparación de mis clases del lunes. A riesgo de resultar pesado, debo insistir en que esta tarde de domingo, como la de tantos otros domingos o sábados o…, se traduce en horas extras que no rezan en ningún sistema de control y que, por supuesto, nadie me paga ni tiene intención de hacerlo. Ingreso así con cara de bobo en el pelotón de los campeones de la precariedad laboral en cuanto a horas extras no compensadas, según explica el último informe de CC.OO. publicado el 18 de septiembre de este año ‘¿Cuánto trabaja el profesorado? Sobrecarga del profesorado de la enseñanza pública no universitaria’.
Pasados unos días, con mis impresiones de lectura algo más reposadas, me acuerdo de Luis Enrique, de mi asociación de ideas, del título de la docuserie,… y me da por pensar que esta administración educativa nuestra, responsable de la redacción del Manual, no conoce muy bien cómo funciona eso de la educación, cómo se manejan diariamente los que visten a pie de obra el mono educativo. Como dirían muchos de nuestros alumnos, les falta calle –entiéndase calle educativa-. Parece que ignoran, por ejemplo, que no sirve de nada establecer una bolsa de horas para sustituciones, algo que ya puso en práctica la ‘Andalucía Imparable’ de Susana Díaz en tiempos de recortes y crisis, pues se trata de una medida que está fuera de la realidad y además debe de ser hasta inconstitucional. No me cabe en la cabeza que los defensores de la sagrada Carta Magna del 78 vayan a negarles el derecho a la educación a los niños andaluces porque el centro donde estudian se ha quedado sin horas de la dichosa bolsa de sustituciones y, por lo tanto, la administración les va a racanear un sustituto para la maestra de Educación Física a la que sin querer un angelico de 3º de Primaria le ha abierto la cabeza con una lima de hierro utilizada en la Situación de Aprendizaje titulada ’Juegos populares de nuestros mayores’. Bueno, también podría ser que, como sucede con el tema de la vivienda -ver el artículo 47 del texto constitucional para contrastar-, todo esto le importe un carajo a esta administración, ya que así les allanan el terreno a las patronales de la concertada o de la privada.
Asimismo, parece que tampoco son conscientes desde los despachos de Torre Triana de que el Consejo Escolar no parece el lugar adecuado para informar trimestralmente acerca de las ausencias del profesorado, a no ser que sus cerebros trumpistas lo confundan con un consejo de administración de una empresa privada, órgano este que tiende a amarrar digitalmente a sus empleados a la pata de la mesa de trabajo y a fustigarlos con los principios presentistas del calentamiento de asiento en la oficina, independientemente del rendimiento del trabajador, de los objetivos alcanzados o, más importante, de la conciliación familiar.
Y desde aquí, obviando alguna que otra aberración, caemos directamente en el mayor y más indignante desatino de este Manual, el que atenta con mayor desvergüenza contra la dignidad del conjunto del profesorado andaluz, el recogido en el artículo 8.2. ‘Procedimiento electrónico del control horario’. Algo así como el establecimiento del fichaje obligatorio de entradas y salidas del puesto de trabajo a través de algún artilugio electrónico vinculado a Séneca, el sistema andaluz de gestión educativa que cada vez parece menos educativo y más un Gran Hermano. A propósito de todo esto, me parece estar ya oyendo al fondo a algún ’cuñado’ diciendo aquello de que “si yo ficho, por qué no lo van a hacer los maestros”. A ver cómo te lo explico para que tú lo entiendas, alma de cántaro: que hayas perdido derechos porque te han pasado por encima los poderosos cuando en su momento despreciaste las advertencias, informaciones y movilizaciones del sindicato que intentaba salvaguardar tus derechos no significa que el resto de la clase trabajadora deba compartir tu derrota y mucho menos que la defiendas con tus comentarios, algo que demuestra además bien a las claras que no te has enterado aún de cuál es tu lado de la trinchera; es como si te estuvieran meando encima y te pareciera que está lloviendo. No sé si me explico.
Este control habría que entenderlo como el clon público de lo que es práctica habitual en la gran mayoría de las empresas privadas.
Este control habría que entenderlo como el clon público de lo que es práctica habitual en la gran mayoría de las empresas privadas. Esta medida en su discrecionalidad, más allá del tufazo a desconfianza que demuestra hacia los trabajadores de la educación, lleva implícita la idea paternalista espeluznantemente humillante e irreal de que estos, en su conjunto, no son ciudadanos mayores de edad, responsables, conscientes de sus deberes y obligaciones. También huele a prejuicio más que extendido, ese que dice que el trabajador público es un especialista del escaqueo. Además revela la llamativa inopia en la que se encuentran los redactores de este Manual, ya que la docencia, si bien se desarrolla principalmente en el edificio que alberga al instituto o al colegio, suele llevar aparejado un considerable tiempo de preparación y a veces se complementa con actividades que sobrepasan no solo el lugar habitual de trabajo sino especialmente el horario reflejado en Séneca. Me refiero en concreto a todas esas horas extras -no pagadas- dedicadas, por ejemplo, a la planificación y organización de estas actividades que generalmente conllevan molestias e interferencias en la vida privada del maestro/a, negociaciones a cara de perro con empresas de todo pelaje y no siempre éticamente virtuosas, incomprensiones, zancadillas y críticas de una parte quizá minoritaria, pero muy ruidosa de agentes externos al centro, etcétera. En este sentido, mención aparte merecerían los viajes de fin de estudios, por supuesto.
Pero no solo es esto. Se echan muchas horas irregistrables atendiendo a familias y alumnado fuera de todo horario ‘fichable’, acudiendo a convocatorias de todo tipo, a cursos de formación más o menos útiles, a reuniones de coordinación con instituciones que no pueden acudir al centro en horario lectivo,… Por no hablar del horario sin horario de los equipos directivos, asunto este que merecería un número especial de alguna revista del ramo educativo y un monumento de homenaje a cada uno de los miembros de dichos equipos y a sus familias, que han de soportar durante los años de gestión un considerable absentismo doméstico.
Si resulta indignantemente divertido escuchar al opinólogo profesional de barra de bar enmendarle sin sonrojarse la táctica a Luis Enrique y en la misma conversación sentar cátedra sobre las muchas vacaciones de los maestros o acerca del control digital para las entradas y salidas de los profesores –“¡Si a mí me obligan a hacerlo…!”-, cuando estos dislates proceden de los despachos de Torre Triana, la cosa pierde la gracia para transmutarse en algo grave, triste, desasosegante e irritante –no sé en qué orden poner los adjetivos-. No tener ni puta idea de entrenar a un equipo de fútbol en principio no hace daño a nadie. Dejar por escrito con carácter prescriptivo la ignorancia, la desconfianza y la mala fe, sí.
A lo mejor resulta que Luis Enrique tiene razón. A lo mejor su lección es exportable al Manual de 30 de septiembre.
Juan Carlos Sierra Gómez. Profesor de Lengua y Literatura en el IES Pésula de Salteras.
Su último libro es Ciclotímicos (Editorial Sílex).
Me encanta, amigo. Saludos
Toda la razón, me encanta tu articulo