ASIGNATURA PENDIENTE II

Amores que se han querío
y se encuentran por la calle
o se múan de coló
o se jacen un desaire.
Por dentro sufren los dos.

Fandango popular (escuchar aquí)

Fue hace mucho tiempo y se quisieron. A diferencia del amor que se rodea de una aureola de palabras satélites alumbrándolo, el querer no necesita más palabras. Así que digamos que se quisieron y ya está. Y hace mucho tiempo; de modo que hoy sólo son, como dice el fandango: amores que se han querío, pero en los que no se cumple lo que continúa después: y se encuentran por la calle. En la sociedad globalizada actual la vida olvida lo cercano y no palpita en las calles con aquellos encuentros inevitables de entonces; así que tampoco se cumple, desmintiéndolo, ese o se múan de coló, o se jacen un desaire. Esos son cosas de antes; hoy la gente si se encuentra es en los masificados Centros Comerciales y con un afán casi único: el consumo. Algo así diríamos, despachándolo pronto y a nuestra manera. Y quizás también casi despreciando sentimientos que entonces parecían muy arraigados y que todavía sobreviven ¿quién lo diría? en ese mundo antiguo y complejo de los cantes, contando historias que las formas de vida actuales no acaban de llevarse del todo por delante y dejándonos todavía perplejos. Será por eso, que nos cueste muchísimo más el desmentir la conclusión final del fandango: por dentro sufren los dos. Es también lo que cuenta y canta -o canta y cuenta- el cante. Sus historias son muy de diario -quizás podríamos llamarlo “poesía de la experiencia” o algo así- pero el remate final va siempre directo al corazón mismo de la condición humana, como ocurre en este caso, que pareciera reivindicar que siempre se ama para siempre o que el amor siempre duele y cosas así, de antes, de siempre…

Pues eso, que se quisieron hace mucho tiempo y no pueden encontrarse por la calle. Viven lejos la distancia y no sabemos también si viven lejos un olvido compartido quizás a la espera de que al azar se le ocurra reivindicarlos: ¡Vení pacá!.. Ya se sabe, ¿De qué vive el azar sino alimentándose de cosas así para elegir a sus personajes? Es lo que también parecieran reivindicar los cantes: que esas cosas del amor o desamor merecen seguir conjugándose hasta resolverse, encontrando un hueco propiciado por la magia ingenua del azar. Ya sabemos, cosas que ocurren para desmentir el cálculo de probabilidades…

Porque digamos que ELLA siguió viviendo en su ciudad, donde tenía su trabajo, después su familia y su casa; ahora también su pensión. 

-Tengo que pasar por el cajero- se dijo esa mañana, una como tantas de esas rutinarias mañanas, quizás a la espera de que algo suceda y la salve de la asfixia de la rutina; la resucite… A ser posible haciéndole el boca a boca:

-Siempre me atrajo el cuerpo de bomberos -sueña y sonríe con el recuerdo hacia la épica de sus héroes en la página de sucesos; y también con el desenfado de su habitual sonrisa que es lo que dibuja el primer plano de su rostro mientras callejea camino del banco. Un primer plano y una sonrisa que se funden con la imagen que ÉL recuerda de ELLA cuando tenían otra edad: Una muchacha sonriente y alegre; un cascabel -se diría ahora en el recuerdo, mientras que en el propio recuerdo quizás esté también el que hay una edad en la que sin saberlo uno se enamora de la alegría, sobre todo de la alegría… Y sobre todo también si uno es demasiado serio, casi un insoportable saborío -añadiría ELLA, sonriendo.

Y es que también es casual que una invitación para la presentación de su último libro le haya llevado a ÉL a la misma ciudad, a su ciudad. “Al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver” siempre le dijo el subconsciente en forma de canción. Es lo que piensa mientras pasea ahora con la nostalgia de la edad -la de ahora- que ya se sabe “canta lo que se pierde”. “Lo que se pierde” está claro ante sus ojos y apenas nada de lo que ve establece un acuerdo cordial y a la vez imposible con su memoria.

-¿Cuánto ha cambiado todo? y no sabemos si la pregunta incluye si las aguas del río de la historia han pasado también por las de su propia vida.

Entonces se vieron -¿Quién fue el primero?- se preguntarían después. Yo -diría sonriendo ELLA; perdona, creo que fui yo -diría más serio ÉL.

Los amantes de R. Magritte

-¡Cuánto tiempo…! -Se saludarían también con la expresión cotidiana que primero les llegó a sus labios. El corazón, siempre más lento, vendría a reivindicarse después con las mismas palabras en los mismos labios.

-¡Cuánto tiempo…! 

El tiempo, ya se sabe, es también memoria. ¿Cuánta memoria puede acumularse en un instante? La memoria lo ocupa todo -piensa ÉL, siempre a lo suyo; y no sabemos si mientras y a pesar de la inercia de las palabras, algo le impide decir: Su alegría lo ocupaba todo…

Iba al banco -dirá ELLA-. ¡Ah, pues te acompaño… por si te atracan… -dirá ÉL ante la sorpresa de ELLA que le recordaba más serio y formalito; también mucho menos ocurrente y decidido.

Después; la conversación que podía haber sido la acostumbrada: -¿Cómo estás? ¿Qué te cuentas? ¿Qué es de tu vida?-. Pero que no lo fue del todo porque el azar, ya lo sabemos, no interviene en lo que es costumbre.

-Pues qué quieres que te cuente. Vida de jubilado y de nietos. Lo normal. Tú también te habrás jubilado ¿No? ¿O sigues enganchada, ejerciendo tu vocación salvadora?.. Es que siempre te recuerdo queriendo ser enfermera o misionera…

-Pues enfermera… ¿Y no me digas que todavía te acuerdas? -Dice ELLA un tanto sorprendida,  mientras a la cabeza de ÉL llegaban casi nublados de nostalgia los versos de un amigo: “Nosotros los que fuimos entonces, ya no somos los mismos”. -¿Sabes? Muchas gracias. Me ha gustado que me recordaras así. Ha sido como sentirme rejuvenecer, como cuando teníamos otra edad. Y también me ha gustado que sigas siendo como te recuerdo, tan inteligente y como sabiendo siempre qué decirme -continúó ELLA quizás desmintiendo, sin saberlo, los mismos versos…

Es verdad; ELLA siempre fue así, tan espontánea en su alegría. Es lo que recuerda ÉL que siempre perdía esa batalla de la espontaneidad y la sinceridad, o digámoslo más claramente, de la normalidad. -¿Por qué me cuesta tanto a veces entenderte? ¿por qué tienes siempre que complicarlo todo? ¿no puedes, aunque sea por un ratito, ser una persona normal? Era la queja continua de ELLA, aunque el amor, ya lo sabemos, es así de complejo y a pesar de todo algo habría visto en ÉL que la habría enamorado, quizás aquellas ideas tan suyas que provenían de sus lecturas, o aquellas canciones que buscaba y que parecían destinadas a enamorarla, aquellos textos que le escribía como si fueran poemas. Y todo eso estaba ahí, como formando parte de la eterna batalla del amor y la humildad contra el orgullo de la inteligencia; y la esperanza por parte de ELLA de una victoria lenta que nunca llegó…

Quizás fue eso y algo así podría resumir lo que fue. Y también, que si te acercas mucho a “lo que fue”, prepárate porque después vendrá la confidencia: 

-Muchas veces pensé que qué mal lo hice, que cómo pude ser tan torpe, que qué ganas de estropearlo todo, y que por qué hicimos de lo nuestro un fracaso -diría ÉL tan acostumbrado al análisis de los comportamientos humanos y mirando hacia abajo como casi siempre.

También como casi siempre, pero mirándole a los ojos y sonriendo, ELLA: 

-Es verdad; yo también pienso que lo hicimos fatal, que qué tontos fuimos; pero mi recuerdo es más compasivo: había otras cosas… Y también tú fuiste, bueno… eras muy orgulloso, a veces insoportablemente orgulloso… Perdón… me siento un poco ridícula, no tengo derecho a reprocharte nada… Olvídalo -añadió sonriendo… 

ÉL, quizás también sonriendo, pero un poco sarcásticamente -era su manera-, podía haber dicho en vengativa correspondencia, que también su religiosidad -la de ELLA- convirtió la pureza en un muro contra el deseo, los deseos… Sin embargo, no descartemos que el azar otra vez interviniera desviando las palabras para que él mismo se sorprendiera de decir otra cosa:

-Bueno, a lo mejor era esa palabra, ridículo, lo que lo explique todo. Hacíamos el ridículo sin saberlo; y también sin saber que la vida nos pediría cuentas más tarde y que para entonces sólo podríamos alegar ese miedo al ridículo que juntaba todos los miedos. Pero yo también creo que es mejor olvidar, que el propio tiempo ya se encargó de borrar todas las culpas, que no tenemos derecho a perdernos el respeto mirando hacia atrás, que debemos compadecernos de quiénes éramos porque quizás ya no somos los mismos; y si lo somos, si seguimos siéndolo, a lo mejor todo este tiempo no ha sido más que un pequeño paréntesis en nuestra guerra de tirarnos los trastos a la cabeza… Un tiempo que quizás era necesario… 

-¿Sabes? todo esto me recuerda a aquella película. -Dijo ELLA también sin saber que las cosas que nos vienen de pronto a la cabeza es porque el azar las ha puesto ahí en la punta de la lengua, como la cucharada que la madre coloca en los labios de su hijo-. ¿Cómo era? Ah, sí… Asignatura pendiente,..

Cartel de la película Asignatura pendiente de José Luis Garci (1977)

-Es verdad -dijo ÉL, seguramente recordando por los dos-. Yo también la vi… Cuánto de nosotros había en ella; y cuánto también de recordar después lo que no pudo ser pudiendo y debiendo haber sido. Cuánto se nos robó de los sueños que por edad nos correspondían. Una edad que es siempre la de derribar puertas, la de con nuestra savia quemar los templos, para que los cobardes tomaran ejemplo (Silvio Rodríguez). Pero que los cobardes, los que debían tomar ejemplo, éramos nosotros mismos, atados a nuestros miedos y a la obediencia, secuestrados con ese nudo imposible de desatar y que forman ambas palabras. 

Es verdad -Y quizás lo decía también por ELLA-; qué tristeza en todo aquello y qué injusto hacia nosotros eso de que nos tocara el “antes de”, para ver después con envidia, qué bien y qué alegría en la vida nueva que se abría paso con los nuevos jóvenes que nos hicieron viejos de pronto… Porque nunca nos llegó ese Ahora es mi turno como diría el poeta Pablo García Casado, con el verso de Luis Rosales: Ya no es hora de pensar sino de vivir… -Lo diría especialmente por ÉL.

Maldita época y maldita educación; sobre todo eso, maldita educación, porque fue una educación sin rebeldía hacia las cosas que son importantes en la vida; y con una educación sentimental de héroes y mártires pero sin patria, porque la patria, la nuestra que era la del amor, se nos negó por la maldita moral que nos hizo sobre todo cobardes ante el sexo…

-¡Corten! gritó la voz del director. Para la semana que viene continuamos. Rodaremos en interior. En la cafetería del hotel. Después en la habitación las escenas más íntimas…

Pues eso; que quién hubiera previsto aquella mañana que el azar ese célebre informal (Benedetti) se dedicara a ellos, tan formales. Para que -más vale tarde…-  pudieran gritar con las palabras del poeta: Ahora es nuestro turno... Y para que ÉL Y ELLA terminaran en la habitación de aquel hotel superando aquella asignatura pendiente y vengándose asi de una época y unas costumbres sociales que habían pervertido un tiempo de amar convirtiéndolo en un tiempo de represión  y de quedarse con las ganas.

P.D. (No se sabe si continuará)

Manuel L. Martín Correa

Maestro jubilado, socio de REDES

y miembro del COLECTIVO SURCOS DE POESIA

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