Tengo un amigo que es una persona admirable. Se cuentan casi con los dedos de una mano mis personas admirables; y digamos también que todos necesitamos tener personas admirables, de la misma manera que echamos de menos a aquellos héroes de las lecturas de nuestra infancia a los que tanto admirábamos. Incluso a veces pienso eso: que esas mis personas admirables sólo son una prolongación de mis héroes de la infancia. En ellos estaban los valores que consolidaron una forma de ser, que es también una forma de ir por la vida. Quizás por eso en estos tiempos extraños y confusos necesitemos recordarles para encontrar sus referentes en las personas que nos rodean.
Mi amigo es admirable por muchas cosas. Lo es -por poner un ejemplo- por ser como el loco que hubiéramos querido ser; con ese afán de aventura que todos reconocemos en esa asignatura pendiente de lo que no pudo ser pudiendo haber sido. Por ejemplo, dejó un trabajo fijo y bien remunerado en el banco para construirse un velero con el que dar la vuelta al mundo.
-Manolo sólo vivimos una vez y de prestado -me dijo y nunca le oí repetirlo-… ¿Para qué repetir las ideas profundamente claras? -me digo pensando en las veces que me gusta reivindicar la necesidad de tener las ideas claras, tanto en nuestro trabajo en la escuela, como en la propia vida.
También mi amigo es admirable por su hospitalidad, inseparable para él de la amistad. -Tenéis que veniros unos días. Y fuimos a su casa que parecía siempre abierta y por donde pasaba y conocimos a mucha gente. Desde el vecino que iba para que él le ayudara a redactar una reclamación -le llamaban el abogao– hasta el que tenía averiado el coche -mi amigo es un experto mecánico a base de gustarle la afición y el oficio; de ahí su magnífica colección de coches antiguos.
-Nunca pensé que le encontraría una utilidad a esta afición -decía-, hasta que vinieron a buscarme para rodar películas de época. Desde entonces no paro. Y lo pagan bien… bueno, sin exagerar. Esta gente del cine, ya sabemos, andan hoy en día un poco tiesos…
Pero sobre todo mi amigo es admirable por su conversación. Alrededor de una cerveza en cualquiera de las excursiones con las que recorrimos la isla, o en la misma cerveza de los ratos interminables compartidos con el café o el cubata en su terraza, hablábamos de cualquier cosa; cosas normales y corrientes con una excepción; por un acuerdo más bien tácito, huíamos de lo superficial y banal, de los tópicos. Y sobre todo hablábamos de lectura. De sus lecturas -muchas-, de las mías -menos. Era un gran lector, o eso me pareció siempre. Autodidacta -un aprendizaje que a veces me gusta cuestionar por egocéntrico-, la lectura era para él como un rito. Tenía su propio espacio reservado para ello en el que destacaba un atril donde siempre había un libro.
-Éste es muy interesante, te lo recomiendo, aunque es un poco largo. Trata de los que de verdad mandan en el mundo….
-¿De ciencia ficción? -pregunté.
-Bueno, sí, aunque quizás habría que decir que más que una novela de ciencia-ficción pareciera una novela de terror…
No recuerdo su título o quizás no se lo pregunté; y además me reconozco como poco entusiasta de la ciencia-ficción, aunque quizás lo diga esperando contradecirme cualquier día de estos. Lo que sí recuerdo es aquella contundente frase de “los que de verdad mandan en el mundo” que quedaron grabadas en mi memoria para preguntarme de vez en cuando y de forma inquietante en manos de quién pudiéramos estar…
Digamos que hay muchas formas de mirar el mundo, ya lo sabemos. Como maestros, casi inconscientemente tendemos a mirarlo desde la concepción rousseauniana de que el niño -y por extensión el hombre- es bueno por naturaleza. Es ésta una mirada que puede parecer romántica y quizás un tanto ingenua, pero que tiene sus efectos y consecuencias a la hora de pensar y actuar. Pero, como antropólogo, para analizar el mundo me gusta hacerlo buceando en las relaciones de poder. De PODER con mayúsculas; y también sobre todo de poder con minúscula, ese que está ahí en los microespacios sociales más cercanos y que son los que preferentemente más han atraído mi interés.
Lo que ocurre es que los acontecimientos y la propia dinámica de la globalización han precipitado el provocar que empecemos cada vez a estar más atentos a lo que pasa en el mundo mundial, como se suele decir ahora. Y ello nos conduce ineludiblemente a que es imposible intentar saber lo que pasa en el mundo sin hablar del PODER con mayúsculas, de aquello a lo que hacía referencia mi amigo cuando decía “los que de verdad mandan en el mundo”. Así que he empezado a cuestionarme sobre si no tendría razón mi amigo entonces al intuir de que lo que se contaba en aquel libro no era tanto ciencia ficción, sino una palpable realidad y además tremendamente peligrosa.
Porque ¿cómo explicar fenómenos políticos como el auge de la extrema derecha en todo el mundo o la propia manipulación de la opinión pública a través de unos medios de comunicación cada vez más sometidos al mundo del dinero, si no es por la existencia de un poder demiúrgico como al que se refería mi amigo? Los datos económicos parecen dar fe de ello. El capital se está concentrando cada vez más en menos manos adquiriendo un poder inmenso, a veces por encima del resto de poderes, incluído el poder democrático cada vez más obstáculo para el poder del dinero y cada vez más debilitado frente a él. Hasta ahora se podría pensar como aquel cuando dijo “Es el mercado amigo…”, como si las cosas sucedieran por azar y porque sí. Quizás el capitalismo en su origen creciera dependiendo de la mano invisible del mercado y sus riesgos, pero hay razones para pensar que el propio capitalismo “ha sabido” evolucionar hacia la concentración del poder y hacia la seguridad de que ya no hay riesgos para ellos, de que nunca perderán.
Quizás el capitalismo en su origen creciera dependiendo de la mano invisible del mercado y sus riesgos, pero hay razones para pensar que el propio capitalismo “ha sabido” evolucionar hacia la concentración del poder y hacia la seguridad de que ya no hay riesgos para ellos, de que nunca perderán.
La verdad es que es ésta quizás una mirada pesimista sobre la cuestión, pero en este tipo de cuestiones tiendo a fiarme de la sabiduría popular: Piensa mal y acertarás. Así que vamos a pensar mal, aunque sólo sea por ir contracorriente, porque la corriente es la que marca el mundo del dinero que invierte mucho del mismo en autobombo para que no pensemos mal de él. ¿Desde cuándo no oímos la palabra codicia relacionado con el mundo del dinero? ¿Tendremos que retroceder hasta Shakespeare y el mercader de Venecia para hablar de ella? ¿Desde cuándo la palabra explotación o explotador fue desapareciendo del vocabulario de los textos de analistas socioeconómicos actuales?
Digamos que las palabras si no las reivindicamos a conciencia y tomamos conciencia de ellas, se relajan y se dejan manosear y prostituir en nuestras mentes mientras “la cosa va bien”. ¿Por qué preocuparnos si tenemos nuestra cervecita de cada día? No nos pongamos así, al fin y al cabo, pues eso: “la cosa va bien”, ¿Por qué quejarnos?
Lo que ocurre es que a veces, la vida es como es y pareciera decidir por su cuenta de manera que los propios acontecimientos se precipitan de una manera inesperada para marcar el devenir histórico. Ocurrió a menor escala como sabemos, con el tema de Jenny Hermoso y la reivindicación de nuestras futbolistas y su se acabó; y ocurre a un nivel inmensamente mayor con el problema de Palestina que provoca en nuestras sociedades occidentales cuestiones que nos obligan también a pensar y a pensar mal en el sentido del dicho popular. Porque resulta muy extraña la reacción casi unánime de nuestros líderes europeos alineados obscenamente con el Gobierno de Israel en una actitud de connivencia que pareciera traslucir su temor a algo o a alguien. Una actitud que contrasta con la de sus opiniones públicas y ciudadanos un tanto perplejos y que no entienden esa actitud de complacencia y de alineamiento descarado en el conflicto. Digamos que esta actitud de temor a algo o alguien de los líderes europeos -salvo honrosas y casi pusilánimes excepciones- suponen una cara de la moneda de los interrogantes que nos asaltan; la otra, la de la cruz, es la actitud prepotente, rayando la chulería. por parte del gobierno de Israel, despreciando el Derecho Internacional y sobre la que cabría preguntarnos ¿Qué puede haber detrás de esa actitud de actuar impunemente, sin temor a nada ni a nadie, sino es la seguridad de que los grandes poderes en la sombra, los que de verdad mandan en el mundo están de su parte?
Los analistas están preocupados y parecen hacerse eco de las consecuencias que puedan derivarse de la extensión del conflicto, la implicación de otros países, el precio del petróleo, etc. Consecuencias terribles desde el punto de vista económico y consecuencias terribles sobre todo desde el drama humanitario que significan. Pero nada sabemos de lo que piensan de todo esto los que de verdad mandan en el mundo como decía mi amigo. Y lo que podemos intuir por ahora es que todo su inmenso poder que está al servicio de Israel, es sólo el reflejo de una pequeña parte de su ambición, como si estuvieran seguros de que esta catástrofe para todos, no lo será para ellos. Al contrario servirá para aumentar los beneficios de sus insaciables negocios y para seguir la imparable espiral de acumulación de riqueza. Como bien señaló Rafael Argullol: No le llamemos capitalismo, llamémosle simplemente codicia.