“Cuando nace un bebé, depositamos en su vida, aún minúscula, todas las promesas, todas las esperanzas. Los familiares que reciben a un recién nacido desearían ser murallas salvadoras contra la enfermedad y el dolor, quisieran proteger al nuevo huésped del mundo frente al más leve roce de la desgracia.
Según una antigua leyenda griega, la diosa Tetis emprendió junto a su hijo mortal, el pequeño Aquiles, un aventurado viaje hasta el río del Más Allá. Esas aguas tenían el don de volver invulnerables a quienes se zambullían en ellas. Afrontando todos los peligros, Tetis sumergió al bebé en la corriente mágica sosteniéndolo por el talón y, sin darse cuenta, impidió que las aguas milagrosas bañasen esa parte de su cuerpo. Los dedos de la madre dejaron desprotegido un recoveco del pie, carne desvalida que podía ser herida o sufrir.
Desde entonces, el talón de Aquiles encarna la secreta flaqueza que acompaña nuestras vidas, es un símbolo del imposible sueño de ser invencibles. Los niños son frágiles, especialmente frágiles. Los padres desearíamos conocer el sortilegio para detener el daño, para impedir el paso al dolor. La poeta Sylvia Plath, madre y enferma ella misma, escribió: “¿Cuánto más podré ser el muro/ que mantiene al viento fuera?/ Las voces de la soledad, las voces de tristeza/ lamen mi espalda inevitablemente./ ¿Cómo podría suavizarlas esta cancioncita de cuna?/ ¿Cuánto más podrán ser mis manos/ vendaje para su daño, y mis palabras/ pájaros brillantes en el cielo, un consuelo, un consuelo?”
No podemos evitar que los pequeños enfermen. Nuestras manos de madre, padre, abuela, tío, no son capaces de conjurar todas las amenazas. Las aguas que nos vuelven invulnerables solo existen en los mitos. Ser fuerte significa aceptar la fragilidad. Sin embargo, sobre esa capa de hielo quebradizo, nuestra sociedad ha erigido un logro fabuloso: atendemos a todos los niños, cuidamos todos los talones de Aquiles, sin fijarnos en el talonario de sus padres. Este Hospital Infantil de Zaragoza, como cada rincón de la sanidad pública, abre sus puertas a quien necesita ayuda, sin excepción, sin exclusión. Sabemos hacer hospitales hospitalarios. Aquí lo hemos querido y lo hemos logrado. Juntos.
Érase una vez, en un país lejano, una niña que tenía un tozudo sueño: contar cuentos, escribir historias. Esa niña, voraz lectora, creció y creció, y trató de salir adelante tocando muchas teclas, emborronando papeles con sus fantasías. El camino del bosque no era sencillo: letra a letra, paso a paso, fue subiendo peldaños: de simple precaria, buhonera de palabras y parlanchina ambulante, a autónoma de la literatura. Con el tiempo, aquella joven tuvo un hijo. A causa de un perverso maleficio, el bebé llegó al mundo con una extraña enfermedad: no podía respirar. La pócima mágica para curarlo costaba cien cofres de oro, un precio inalcanzable para una juntaletras y su familia. En ese país lejano, las deudas hubieran asfixiado su futuro.
Aquí, una noche de invierno de hace siete años, este hospital salvó la vida de mi hijo. Y yo, sin más deudas que mil cofres de gratitud, pude cumplir el temerario deseo de mi infancia. La sanidad pública me hizo libre, me permitió hacer realidad el sueño. Gracias al esfuerzo de todos, al trabajo de muchos, aquel síndrome raro no encadenó nuestras vidas. Hoy, mi hijo respira y yo escribo.
La primera vez que entré supe que no lo olvidaría nunca. La puerta se abrió a una jungla eléctrica con sus lianas de cables y sus palmeras de goteros. Como animales encaramados en ramas, los monitores silbaban alarmas agudas y parpadeaban. Los bebés –pequeñísimos– descansaban en sus burbujas. En la selva de la UCI Neonatal, esos niños diminutos centelleaban como orquídeas rojas. Y no lo he olvidado.
Viví en este hospital. Donde está la cuna de tu niño, está tu casa. Aprendí palabras desconocidas y nuevos sentidos de palabras corrientes: ‘coma’ dejó de ser solo un signo de puntuación. Aspiré el olor a desinfectante, esperé mi turno en el lactario, clavé los ojos en el monitor durante horas suplicando a aquellos dígitos feroces que mi hijo no volviese a desaturar.
Aunque yo no estaba enferma, me sentí constantemente cuidada: recibí en vena palabras terapéuticas contra la angustia, miradas amables, regalos felices como ese transistor que una enfermera trajo de casa para que el niño, aislado, escuchara música, y sus constantes empezaron a bailar a un ritmo más alegre. En el páramo de las noches, si me despertaban las pesadillas, una voz serena confirmaba que el pequeño respiraba y dormía.
Mi hijo conoció la sonda nasogástrica antes que el chupete, los palos de gotero antes que los árboles, la anestesia antes que la luna. Pero superó el peligro, y todas las noches estrelladas y todos los bosques de su vida futura son el regalo de aquellos profesionales y de aquellas máquinas de aspecto hostil. Mis ojos han visto la fabulosa alianza de medios humanos, científicos y tecnológicos para salvar las vidas, minúsculas y frágiles, de niños ricos o pobres. La decisión colectiva de no abandonar a nadie. Y no voy a olvidarlo.
Este es nuestro cuento en bata y zuecos de plástico, con padres cenicientos, niños dormidos en urnas de cristal, mujeres sabias –como llaman los hermanos Grimm a las hadas– y magos Gandalf de guardia. Un relato sin atracón de perdices porque la historia no ha acabado: el futuro está por escribir. Ojalá sepamos proteger estos prodigios.
Duendes y elfos, hadas y magos del Hospital Infantil de Zaragoza a lo largo de estos años: feliz medio siglo. Gracias a todos los equipos, a todos los oficios, desde las tierras de penumbra de las ucis a la psiquiatría o la oncología, desde triaje a quirófano, de laboratorios a paritorios, de radiología a dietética, de consultas a rehabilitación, de las oficinas al voluntariado. Gracias a quienes conducís ambulancias y empujáis camillas, a quienes limpiáis habitaciones, a quienes cocináis en el estrépito de las ollas y a quienes acudís silenciosamente a comprobar un gotero. A la gente que contiene los bostezos de noche, a la que toma decisiones difíciles, a la que escucha con calma preguntas angustiadas, a la que atiende ese terremoto que es un parto, a la que corre para ayudar en una urgencia, a la que anestesia y a la que acude a dar noticias sedantes sobre una operación que se alarga.
Hoy celebramos el aniversario de una ilusión. Cuando el temor nos pisa los talones de Aquiles, sois vosotros –todos y cada una– quienes hacéis realidad el deseo protector de Tetis. Gracias a este empeño común, al sueño imposible de una sociedad generosa, la salud no es patrimonio de héroes ni semidioses. Por primera vez en nuestra historia milenaria, esta esperanza es colectiva. La enfermedad y el miedo nos siguen acompañando, pero aquí nadie está excluido de la protección.
En tiempos de tormentas y fragilidades, no olvidemos defender lo que nos salva. No descuidemos a quienes nos cuidáis. Que la utopía de este Hospital Infantil continúe sanando el futuro; mañana emprendemos camino hacia cien años de hospitalidad.”
Irene Vallejo Moreu
8 de Mayo 2021
Sala Mozart Auditorio de Zaragoza
excelente narrativa de una vivencia,
Acariciar a los que te brindan su amor atraves de la sabiduria de su oficio es una forma de mostrar una gratitud que nace de lo profundo. Doy las gracias a los que nos asisten en la necesidad; sean sanitarios o escritores. Sanando cuerpos y espiritus. Gracias.
No es sólo gratitud, leyendo el artículo descubro sensibilidad, sabiduría, ternura, inteligencia y amor. Gracias Irene por compartir tu inteligencia, hacer que me afloren lágrimas, refexionar sobre la historia del ser humano y regalarme un enorme disfrute con tu lectura
Yo también lloré porque palabras no podían salir.
Precioso Irene , y es bonito dar estos homenajes en forma de tan bella carta , cuando una está agradecida.
No puedo comparar escrito ni agradecimientos , pero también tuve un sobrino en El Virgen del Rocío de Sevilla , y gracias es poco para todo los ángeles que allí trabajan, y cuidan de los peques , sobretodo los bebés que nacen con problemas, nuestro Paco tiene ya 5 años , y rebosa salud, gracia , goloseo, y pillería simpática , le gusta mucho el fútbol y está estupendo , el no necesito respiración asistida , después de un mes en UCI natal , tuvo el alta y hasta hoy 😉.
Me alegro que tú hijo éste bien , saludos y disfrutando de tu estupendo libro , gracias de parte de los enamorados de los libros y las buenas historias 🙋🏻♀️🌷🌷🌷🌷🌷.
Qué bonito Irene. Que felicidad, ahora que está bien y guapo. Con los hijos, no se para de sufrir, pero también hay felicidad cuando los ves sanos y contentos. Y con lo padres que tiene Pablo, qué más puede pedir. Un abrazo Irene y que sigáis todos bien.
Me sentí tan identificada a lo que sentimos muchas madres, las noches en el hospital…donde está la cuna de ti bebé, está tu casa. Y las palabras de la poetiza. Simplemente hermoso.
Si siempre recordáramos momentos como estos, con la gratitud y el amor que se reconoce en tus palabras, venceríamos a la pereza y la sinrazón y pelearíamos por mantener este derecho ineludible de la asistencia sanitaria universal, defendiendo también la honorabilidad y buen hacer de los que trabajan en ella. Por el contrario, nos dormimos en la indiferencia, y consentimos que rebajen la calidad y buenos cuidados, oprimiendo a todos los trabajadores sanitarios que, en situaciones como la tuya ( y alguna que nos ha tocado vivir) son nuestros ángeles de la guarda, nuestros magos y meigas tan bapuleados por una administración en manos de burócratas. Estos que sólo son individuos manipuladores y teledirigidos, cuyo único objetivo es trabajar para ganar adeptos y votos, sean del color que sean, y sin importarle a los que están detrás de los uniformes de un hospital, como de las cortinas de un box de exploración o una cama de hospitalizacion. Un abrazo para ti y tu maravilloso hijo. Y sigamos confiando en la calidad humana y profesional de los que se “dejan la vida” en aras de mejorar la nuestra.
Irene. Q hermoso y gran relator cargado de gratitud, un bello y bien merecido homenaje y reconocimiento a esos seres benditos q están dentro de esos castillos hacedores de milagros q son los hospitales. Escribes de forma sensible y mágica, es lo primero q leo tuyo aunque ya tengo junto a mi, tu exitoso libro q deseo ya empezar a disfrutar! Me alegra tanto saber que tu hijo superó ese “maleficio” y q goce de plena salud. Así sea para todos los niños enfermos o no en el mundo!
¿ Cómo se llama el ángel que escribe a través de Irene ?
El lenguaje de Irene es celestial. ¿ Cómo se llama ese ángel que escribe a través de Irene?
Todo un lujo de conmemoración del cincuentenario del Hospital Materno Infantil de Zaragoza. Muy buena iniciativa de Irene Vallejo
Defendamos en todos los sitios de este planeta los hospitales públicos que como espacios comunes nos van a salvar de calamidades físicas y/o mentales y nos harán más humanos. Felicidades por esa magnífica y sentida prosa que nos hermana.
Me ha parecido precioso, humano, agradecido vital… Gracias Irene
Cómo no va escribir como los ángeles si es Irene Vallejo? Yo estoy contenta porque he descubierto que eres de carne y hueso, te admiro profundamente
He leído tus libros y tratando de contactar contigo he encontrado esta maravilla. Gracias por todo Irene, ya tengo el último pendiente de leer. Abrazos
Acabo de leer La leyenda de las mareas mansas y tanto me cautivó que me encargué todos los libros tuyos a la venta de Amazon. Me encanta tu background clásico y tu veneración por los libros y ahora leí este precioso texto sobre la enfermedad de tu hijo, tu pocesamientos de esos días y tu reconocimiento y agradecimiento al sistema de salud que salvó la vida de tu hijo. Así debía ser en todas partes porque el dinero nunca debía estar mezclado con la cura y alivio de un bebé ni con el dolor de una madre. Mea alegra mucho que tu hijo respira y que escribes. Necesitamos tus libros.
Gracias a Dios existen en el mundo ángeles sin alas que con gran generosidad nos comparten sus conocimientos y más aún, sus sentimientos . Gracias Irene por ser nuestro ángel.
Gracias, Irene, por poner en palabras el dolor, la desesperación de tener un bebé en terapia intensiva. Recuerdo hace 43 años mi beba de tres días entraba a un exsanguíneo, transfusión total de sangre nueva porque la suya estaba saturada de toxinas con su hígado inmaduro que aún no funcionaba. Incertidumbre total, indefensión extrema, oraciones interminables. Gracias a todos los que mencionas, gracias especialmente a la niña que sabiendo que tenía el tipo de sangre solicitado, extremamente raro, se ofreció sin dudarlo y generó las autorizaciones necesarias. Existen los ángeles niños salvando a ángeles bebés.