Que la vida es injusta a veces, aunque también hermosa, es algo que todos conocemos y hemos experimentado en algún momento. La rabia que nos brota de tanto en tanto por la crueldad que esa vida es capaz de desplegar o, al contrario, la embriaguez que nos provoca la contemplación de su inconmensurable belleza nos atascan, nos trastabillan, no nos dejan pensar claro y explicarnos bien, o directamente nos dejan sin palabras. Entonces es el momento de los poetas, de los buenos poetas, de aquellos que vienen a nuestro rescate con la justa medida de sus versos para alumbrar sosegadamente los rincones más horrendos de la existencia o para evitar que nos ciegue la brillantez extrema de tanta belleza.
En la muerte demasiado temprana de Antonio Rivero Taravillo, uno de esos poetas clarividentes, elocuentes, imprescindibles; en los días posteriores a su marcha, a los que lo seguimos y lo apreciamos literaria y personalmente se nos han atascado las palabras en la garganta, andamos torpones para explicar el vacío tan profundo que nos deja. Desde REDES queremos recordar y homenajear, aunque sea torpemente, a Antonio Rivero Taravillo, el poeta que en 2013, en su poemario La lluvia, escrito en lo que debería haber sido la mitad del camino, salió a nuestro rescate para hacernos entender ciertos asuntos esenciales de la vida y de la muerte, nos alumbró la otra cara de la aparente insignificancia de lo cotidiano y en estos días posteriores a su muerte nos ayuda a deshacer el nudo en la garganta. En cuatro versos de su poema ‘El hombre’ sintetizó bien a las claras el profundo significado de lo que es la vida y la muerte: «El líquido amniótico// y la laguna Estigia.// Entre dos aguas,/ nada». Sí, nada, sobrevive, respira, bracea, bucea, navega,… vive en la tormenta y en la calma, o en la calma que vendrá después de la tormenta y viceversa, porque el siguiente puerto será la nada, el vacío, la sima, la caída, el silencio,… el olvido. Así vivió Antonio, nadando en múltiples aguas, pero el olvido no lo tocará.
La vida vivida, compartida generosamente, trabajada, escrita y publicada por Antonio Rivero Taravillo lo salvará de ese olvido que seremos, contradiciendo al colombiano Faciolince. Su obra caleidoscópica, heterogénea y por momentos heterodoxa permanecerá. Además de su poesía, nos quedarán para siempre, entre otras joyas, sus impecables traducciones de Shakespeare, Keats, Dylan Thomas, Ezra Pound o Flann O’Brien, su biografía definitiva de Luis Cernuda, su memorable estudio sobre Cirlot, su labor quirúrgica como crítico literario, sus libros de viajes, sus obra aforística,… y un larguísimo etcétera de publicaciones más que cuesta creer que quepan tan solo en sus 62 años de vida.
En cualquier caso, más allá de su labor literaria, erudita, editorial, como gestor cultural -diríamos que a veces como agitador cultural-, queremos aquí y ahora recordar en el sentido etimológico de la palabra, es decir, querríamos hacer pasar una y otra vez por el corazón al poeta y sobre todo al hombre que en sus redes sociales lúcidamente durante su periplo hacia el final le habló a la cara a la vida, pero sobre todo a la muerte cuando esta solo era una quimera con muchas posibilidades de realidad, el que escribía poemas a partir de las pequeñas cosas de la enfermedad para trascenderlas, como los últimos versos que publicó en sus redes sociales bajo el título ‘Estos pinchazos’:
Finas, agudas, obstinadas,
parecen inyecciones, y son báculos
para seguir andando este camino.
Son los pasos que damos por el dolor y el día,
nosotros que venimos de la noche
y, más allá de ella
‒un recuerdo lejano y ya olvidado‒,
la salud.
En cualquier caso, lo más pertinente ahora creemos que es salvar del olvido desde el corazón al ser humano generoso, desprendido, abierto, capaz de crear en torno a sí un consenso más que exótico en los tiempos que corren, incluso dentro del mundo de la literatura. Eso es exactamente lo que lleva demostrando su muerte desde el pasado 19 de septiembre.
Que la tierra te sea leve, poeta.

Juan Carlos Sierra Gómez.
Profesor de Lengua y Literatura en el IES Pésula de Salteras. Su último libro es Ciclotímicos (Editorial Sílex)
Muchas gracias, Juan Carlos. Maravilloso texto. Un abrazo.
Un abrazo enorme, Teresa. Que estas líneas te abracen y te puedan servir para recordar -hacer pasar por el corazón- a Antonio.