MOSTURITO de Daniel Ruíz (Ed. Tusquets)

Un monstruo es una criatura deforme, que produce repugnancia y rechazo. También los monstruos pueden ser personas malvadas, inmorales. Mosturito es un monstruo en el que cabe otro significado más, alguien relevante por sus acciones.

Esta novela tiene tres personajes centrales: Mosturito, cuya evolución recorre todas las acepciones de su nombre, es un niño, Pedro, Perico, Periquillo de 12 años con deformaciones físicas importantes, apodado Mosturito por sus colegas; la Tata, personaje lleno de humanidad también en todos sus significados, tía y cuidadora de Mosturito; el Zurdo, el amigo punki y algo mayor, de familia pija, víctima de monstruos personales y familiares y con la generosidad de ver lo bueno en las otras monstruosidades.

Cuando se empieza a leer sorprende la utilización escrita del habla, de Sevilla, donde trascurre la acción. El autor escribe como se habla, más en las contracciones de palabras, o incorrecciones que en el seseo. Parece cosa de diálogos, pero no, es así toda la obra porque son los pensamientos de Mosturito, que es el narrador de todo lo que acontece. Y con tal narrador se evita, con éxito, la corrección política al uso. Los diálogos son secundarios frente a los pensamientos de Mosturito, contradictorios, descarnados, irónicos, divertidos. Su narración se desarrolla muy descriptiva o, a veces, se resume en una sola palabra o una frase corta, como los pensamientos. La lectora acaba perdida, con gusto, en esa voz que interiorizamos y nos habla y nos lleva a la oralidad.

La voz de Mosturito, con ironía y un peculiar sentido del humor (muy importante en la narración), nos lleva a los años 80 de esta ciudad, en la que la marginalidad es muy visible, los años de las drogas, el paro, la violencia de género normalizada… Pero no está situada la acción en los barrios que ahora reconocemos como la consagración de la marginalidad, sino en un barrio perfectamente reconocible, entre la avenida de la Paz hasta Ramón y Cajal, Ciudad Jardín y la parte acomodada y burguesa de Nervión. Barrio de trabajadores y clases medias, plagado de referencias muy detalladas sobre cotidianidades y lugares: las tascas del momento, los recreativos, kioskos de chuches o centros comerciales populares en esos años. Y, por supuesto, el colegio de Mosturito, que no es otro que el Aníbal González, es una pena que solo sea escenario de peleas, fracasos y buenas intenciones de maestros, sin más pretensiones. Mucho peor paradas salen las instituciones religiosas que también son otro escenario para desgracia de Mosturito

La banda musical acompaña a todos estos personajes que se mueven en los límites del barrio: desde los boleros de Machín que suenan en las casas de las vecinas, los éxitos de Julio Iglesias, Elvis o los nuevos grupos de rock.

Puede ser que hasta aquí no haya conseguido estimular al posible lector pero debo decir que la obra va aumentando en intensidad, ritmo, complejidad y evolución de los protagonistas, enriquecida con personajes secundarios muy bien perfilados. Personalmente, como lectora, he entrado a “vivir” en el bloque de pisos, el barrio; he compartido los sentimientos de estos personajes, hasta tal punto que he normalizado y acompañado afectivamente sus peripecias. Y he cerrado el libro viendo no lo feo, inmoral o deforme de los personajes sino su tremenda ternura y pensando que toda la venganza que podían haber movido a estos personajes, o la maldad sobrevenida se resuelven en amor, alegria y amistad, sin ponernos en exceso moralistas.

M. Rosario Santos Cabotá

Profesora y miembro de Redes