UN DÍA CUALQUIERA

El despertador suena a la hora acordada con los días laborables, pero hoy me permito remolonear en la cama un poco más de lo normal. La casa me da los buenos días con sus rutinas habituales: el baño me libera de los restos del sueño, le doy su ración mañanera de bolitas diminutas al pez que hace tiempo dejó de cuidar mi hijo menor, el salón me invita a abrir los postigos a la luz y al aire de la madrugada y la cocina en breve olerá a café y pan tostado. Todo en su sitio, como un día cualquiera. Pero hay algo en el ambiente y en el ánimo que trastoca los usos y costumbres de los días hábiles, como si estuviéramos en feriado, en una de esas mañanas en que desayuno solo mientras la casa duerme. Los calendarios son tozudos, no obstante, y me contradicen, niegan esa sensación que tengo proclamando en voz alta desde la puerta del frigorífico o desde la pantalla del móvil que hoy es martes 14 de mayo de 2024, un día cualquiera de trabajo, como la inmensa mayoría de los martes, pero lo paradójico es que ni he tenido que despertar a mi hijo mayor para ir al instituto ni me acompaña fantasmagóricamente su silenciosa presencia adolescente mientras desayuno.

De hecho, parece más bien un sábado cualquiera. El cuerpo golfo y el ánimo ligeramente festivo y celebratorio me lo dicen, pero sé que no puede ser día de asueto porque, mientras tiendo la ropa en la terraza, escucho las voces de los críos que salen al patio de la escuela de al lado de casa. De hecho, el niño de la vecina de arriba salió, como un día cualquiera de clase, en el coche de su abuela media hora antes del horario de entrada al colegio, a pesar de que lo tiene a menos de tres minutos andando. Más tarde, advierto en la luz de las diez de la mañana una textura diferente: ha sido despojada de su mezcolanza lectiva de tiza, timbres y libros de texto; no es, pues, esta luz la que me correspondería en un día como hoy. Y es que en un día cualquiera a estas horas no estaría en casa.

A eso de las once, el vecino de abajo pone la música como si estuviera anunciando el fin del mundo, tan alta que podríamos cantarla con él a capela mi mujer y yo si acaso compartiéramos sus gustos musicales; parece día de limpieza en fin de semana, pero el caso es que ya sé que hoy no es sábado ni domingo, porque además mi mujer, a pesar de las vecinales trompetas del apocalipsis, está teletrabajando, como si hoy fuese un martes cualquiera. A la bandera franquista que ondea de forma descarada y siniestra en una terraza cercana le da lo mismo que sea fiesta o no; solo obedece a los vientos desmemoriados que soplan entre nuestro cuerpo social, que es propenso a constiparse contagiado por el virus de la ingnominia y la estulticia.

No estoy en clase y no pienso ir hoy, y no es porque esté enfermo, sino porque, a pesar de todo, hoy no es un día cualquiera. Eso ya me va quedando claro. Sin embargo, a través del grupo de whatsapp del centro me llega una actividad típica de los días lectivos: que si falta una profesora en 2ºC, que si la pizarra de 1ºA no va bien, que si se necesita a alguien de guardia en 2ºA porque el de siempre, el número 32, la ha vuelto a liar parda, que hasta cuándo tenemos de plazo para corregir las puñeteras pruebas de diagnóstico, que si se aplaza la reunión de ETCP de hoy, que si las faltas de 3º y 4º están hoy justificadas y que ya las ha puesto en Séneca el equipo directivo,…

No estoy en el instituto, pero sé que en la sala de profesores, como cualquier día de trabajo, habrá quien se queje de la ratio excesiva y de las trampas de la administración educativa andaluza, alguien que además pondrá en evidencia las triquiñuelas de los secuaces de Moreno Bonilla para salir guapos en la foto maquillada con el ‘photoshop’ de los datos manipulados que envían a sus medios afines. No estoy en clase, pero sé que el director habrá puesto el grito en el cielo a la vuelta de su reunión de escolarización por motivos muy similares. No estoy en el centro, pero sé que alguien se quejará, y con razón, de que con el personal de nuestro instituto no hay manera de atender decentemente al alumnado con necesidades educativas específicas y proclamará a quien quiera oírlo que nuestra PT no da más de sí y que la administración la maltrata hasta llevarla al límite de su salud física y mental. No estoy hoy con mis compañeros, pero sé que alguien mencionará que se están cerrando aulas en colegios públicos en beneficio de los concertados y que estos siguen cobrando su particular ‘impuesto revolucionario’ a las familias y que no todas se lo pueden permitir y que además es manifiestamente ilegal. No estoy en mi IES, pero sé que alguien en silencio intentará aislarse de las conversaciones alrededor, porque la burocracia educativa lo entierra bajo su ominoso peso de papel virtual. No estoy allí, pero hoy parece un día cualquiera en un instituto cualquiera.

Pero si no estoy allí es porque precisamente hoy no es un día cualquiera. Hoy tocaría reivindicar y celebrar en la calle que los docentes no estamos muertos, aunque pueda parecerlo porque un día de protesta como el de hoy corra el riesgo de convertirse en un día cualquiera. Hoy sería un buen día para decirle a la administración educativa andaluza que a los docentes nos queda aún dignidad y generosidad, que no pedimos precisamente más sueldo, sino que el dinero público se invierta en lo realmente necesario para que nuestros chavales tengan la mejor educación posible.

Hoy fue martes 14 de mayo de 2023, día de huelga general en la enseñanza en Andalucía, un día reivindicativo y festivo a su manera, pero observo demasiadas señales alrededor que apuntan tristemente a un día laborable cualquiera.

Juan Carlos Sierra Gómez. Profesor de Lengua y Literatura en el IES Pésula de Salteras. Su último libro es Ciclotímicos (Editorial Sílex).