Un artículo de Juan Carlos Sierra Gómez sobre las opiniones más o menos ilustradas sobre educación.
Que la educación, en abstracto, no importe demasiado en España, como solemos afirmar entre la indignación y la pena los que nos dedicamos a esto, no es del todo cierto. Lo que ocurre es que quizá, en el debate público no se pone el foco sobre aquellos aspectos que a los trabajadores y trabjadoras de la enseñanza más nos preocupan y, por tanto, más nos duelen. En cualquier caso, antes de avanzar, haré un inciso: si me detengo un momento a pensarlo, muy probablemente me esté excediendo en generosidad al asociar la expresión “debate público” con educación, porque en estos asuntos más que dialogar sosegadamente con argumentos coherentes se suele pontificar a partir de opiniones fundamentalmente peregrinas.
Si digo que no es cierto del todo que no importe la educación en nuestro país es porque casi a cada paso que da uno, ya sea en el ámbito analógico o digital, se observa que el asunto está presente en las conversaciones de barra de bar, en las comidas de amigos, en las cenas familiares, en la sala de espera del centro de salud, en el vagón del metro o, pantallas mediante incluso, en el postureo y en el anonimato digital de las redes sociales. En estas esferas de opinión existen esencialmente dos posturas antitéticas que tienen que ver con el presentismo, es decir, con que entre los interlocutores de la conversación se halle un docente bien identificado por el resto de participantes o no. Me explico, aun a riesgo de ser injusto al generalizar.
No sé si por cierto sentido de la diplomacia o por simple hipocresía, lo que se suele afirmar in praesentia es justo lo contrario que se dice in absentia. Las loas al trabajo desarrollado en las aulas por el cuerpo docente, los halagos a la labor social trascendental del profesorado, la alabanzas a su santa paciencia para enfrentarse a más de treinta adolescentes hasta arriba de andrógenos, estrógenos y progesterona, los elogios al colectivo enseñante por el sacrificio familiar de fines de semana y de clausura en casa preparando clases o corrigiendo,… la adulación y la coba, en fin, se transmutan en ninguneo, desconsideración e incluso furibundos ataques cuando nadie del gremio docente escucha -o eso creen- y es entonces cuando se tira de tópicos opinando de oídas; que si las vacaciones, que si el sueldo, que si tampoco es tan complicado, que si las vacaciones, que si eso lo hago yo con la gorra, que si ya no se enseña lo importante en las escuelas, que si las vacaciones, que si hay que ver esta juventud cómo llega a la universidad, que si las vacaciones, que si los maestros no imponen respeto, que si las vacaciones,…
Sí, esto es lo que tradicionalmente un docente de incógnito oirá en más de una ocasión. No obstante, las cosas están cambiando. Puede que, aun enseñando sus credenciales, el maestro se lleve una sorpresa, ya que de un tiempo a esta parte un sector algo extremo a la derecha -y cada vez más numeroso, parece- ha empezado a quitarse la careta, a contagiar con su desfachatez o, más bien, con su “fachatez” a buena parte de esos que solo metían palos en las ruedas de la labor escolar, especialmente de la escuela pública, in absentia. De hecho, se han organizado y hasta llevan a cabo campañas publicitarias enviando a los centros docentes y a las casas, folletos que en realidad dan un poco de penilla por el grado de ignorancia que demuestran. Sin ir más lejos, hace apenas un mes, me encuentro en el buzón de casa un panfleto de Vox en el que literalmente se puede leer que quieren “…acabar con el adoctrinamiento ideológico” en las escuelas y “Eliminar el uso de mascarilla al aire libre a todos los niños y jóvenes en los colegios”. Ruboriza leer esto por su alto grado de desinformación. Incluso podríamos caer en el error de tomárnoslo con cierto humor, porque el nivel de ignorancia de los redactores de este pasquín es cuando menos llamativo, pero poca broma con esta gente y sus movimientos, ya que tiene muy poca gracia la cantidad de votantes que están comprando este discurso junto con otros argumentos igual de falaces y tramposos.
Pero, bueno, el runrún de la calle tiene estas cosas y de ciertos partidos políticos no se puede esperar mucho más. ¡Qué le vamos a hacer! Menos mal que la intelectualidad española está a la altura y es capaz de enriquecer el debate sobre la educación en España, de ofrecer una visión aguda, informada, coherente y, sobre todo, independiente. Y para muestra un botón: revisen, si tienen tiempo y estómago, el programa de Antena Tres “El Hormiguero” del 18 de octubre de 2022; en él, va a divertirse al programa de Pablo Motos, con una audiencia potencial de casi cuatro millones de espectadores y sin posibilidad de réplica alguna, el académico, escritor, ex periodista de guerra y “opinólogo” en general Arturo Pérez Reverte. Para provocar el aplauso bobalicón y facilón del público, el cartagenero se descuelga con frases algo rancias que muchos oímos durante nuestra adolescencia como, por ejemplo, que “estamos educando críos indefensos, ya que están en inferioridad de condiciones que los de otros países” (sic); algo así como que con esta juventud, con la educación que está recibiendo, se acerca el fin del mundo por la vía de la “hiperprotección”. Esto es lo de siempre, sí, pero con un matiz nuevo algo peligroso. Por lo que se deduce de la situación y del contexto comunicativo de la entrevista, el novelista, cuando habla de “otros países”, se refiere fundamentalmente a los de África y Sudamérica, emisores de migrantes, es decir, algo así como que ojo con la inmigración que llega a España, que nos va a comer por los pies si no “armamos” a nuestra juventud. ¿No huele mal?
Pérez Reverte, de alguna manera azuzado por el presentador al que le gusta pasarse de la raya con diversas chorradas de su cosecha, va más allá y, ya puestos, se atreve con el sistema educativo con perlas como “No puedes tratar igual al niño brillante […] que al que no tiene el talento suficiente” o “No puedes rebajar al brillante a la altura del mediocre”. Cualquiera que conozca el sistema educativo desde dentro y además tenga algo de sensibilidad sabe que esto es una falacia, un argumento que ante una cámara puede quedar muy bien, pero que, más allá de lo que sanciona la ley en este sentido, la realidad de las escuelas intenta desbaratar en su día a día, a pesar de sus limitaciones materiales y humanas. Por supuesto, después de esta perorata demagógica vienen los aplausos entusiastas del público en plató y me imagino que de gran parte de la audiencia de “El Hormiguero” en sus casas, esto es, de varios millones de personas, que no se nos olvide.
Igual que le sucede al resto de la ciudadanía, entre la intelectualidad española, sea eso lo que sea, también los hay que hablan in praesentia, pero sin hipocresías, sin estridencias, sin el asentimiento palmero del público y, sobre todo, con más calidad en su argumentación, porque se han molestado en escuchar a los profesionales del ramo educativo, se han nutrido de sus experiencias y, llegado el caso, hasta pueden llegar a prestarles su voz y su pluma. Me refiero en esta ocasión al también novelista y académico Antonio Muñoz Molina y a su última aportación al debate educativo en España, el artículo del 4 de marzo de 2023 publicado en El País. En una de esas cafeterías en las que se habla de todo un poco, en este caso rodeado Muñoz Molina de profesionales de la enseñanza, pero también en el aula a la que ha sido invitado, el escritor atiende respetuosamente, se lleva lo escuchado y vivido al escritorio y arma un artículo equilibrado, pausado y coherente con la realidad, un artículo al que se le pueden poner pocos peros y del que resaltaría lo acertado de su subtítulo: “A los profesores lo que les subleva no es la mayor o menos calidad de las leyes educativas, sino su cambio apresurado y constante, que los desorienta en su trabajo, y los somete muchas veces a una desoladora confusión”; también entresacaría como aporte más que interesante al debate educativo español la observación que le hace una profesora al escritor invitado acerca de la “…falta general de inversiones (…) en recursos humanos y sociales, no en los tecnológicos, que no son tan importantes” o las impresiones que se lleva sobre quienes lo acompañan en el café, unos profesores que “… muestran una conciencia lúcida de las posibilidades y los límites de la educación pública, (…) atesorando una experiencia por la que ningún legislador o experto en pedagogía parece nunca interesarse” o, por no extenderme mucho más, lo terrenales que son todos ellos en su trabajo porque “Entre esta gente veterana, que tiene tanta experiencia y voluntad, (…) la jerga psico-pedagógico-administrativa brilla en todo su absurdo:…”.
Este es el tono y la mirada de Antonio Muñoz Molina sobre la educación en España, tan alejado del hooliganismo de gran parte de los “opinólogos” en cualquier estrato de nuestra sociedad -tan necesario, por tanto-. Este es el camino que no todos transitamos, me temo. En la presentación del libro de Pedro García Ballesteros y José María Pérez La Inspección de Educación. Teoría crítica y práctica comprometida, este último en un momento de su intervención señaló que en general se podría afirmar que en esto de la educación corren vientos favorables. No sé. Quizá se refiriera a gente como Muñoz Molina y a su propia experiencia, junto a la de su compañero y coautor del libro que presentaba. Me encantaría compartir ese entusiasmo y ese optimismo, pero lo que veo, leo y escucho mayoritariamente me inclina más bien hacia el pesimismo.
Ojalá me equivoque, porque en esto, como en todo, no pretendo llevar la razón ni que me la den entre aplausos entusiastas y atolondrados.
Yo he escuchado decir en varias ocasiones y todo por boca de profesores que conozco, que no tiene absolutamente nada que ver la docencia de ahora que la que tuvimos nosotros en nuestra juventud. En la actualidad, los que están en activo, dicen tenerlo más complicado que años atrás y la verdad que entristece pensar que sea así