Minialegato contra el negacionismo
Hay “metáforas que nos piensan” que diría Enmànuel Lizcano… Ya lo sabemos, arriba es el mundo de los cielos, abajo está el infierno, aunque ambos, arriba y abajo, sean sólo dos conceptos topológicos objetivos que nada tienen que ver con el valor y la subjetividad; de la misma manera rodeamos de una aureola de bondad lo positivo frente a lo negativo olvidando que sólo son dos sentidos en la recta numérica. Y lo mismo parece ocurrir con “sí” y “no”, que son sólo dos adverbios que no tienen por qué tener nada que ver con la fe o con el negacionismo, tan de actualidad…
Quizás en algo así pueda estar pensando el maestro que hoy ha propuesto a los alumnos que no harán la acostumbrada actividad de descomponer un número utilizando el signo igual. Ya sabemos 8 = 4 + 4 = 5 + 3 = 10 – 2, o también ¿por qué no? 8 = (3X5+1) : 2 = 1.008 – 1.000…, y un montón de expresiones que el alumno puede escribir para mostrar su saber matemático y también su creatividad. Sino que hoy para la misma actividad el maestro les propone trazar una línea inclinada sobre el signo igual para negarlo y convertirlo en el signo de desigualdad. Y es él mismo quien inicia la actividad escribiendo en la pizarra 8 ≠ 5+4 ≠ 6+9 ≠ 2+1 ≠ 3×100… impulsando así el que sean los propios alumnos los que escriban en su cuaderno el mismo tipo de operaciones para descubrir el amplísimo abanico de posibilidades y de creación que ha abierto la propuesta del maestro con simplemente atravesar el signo igual con una raya inclinada…
Digamos que pareciera que la escuela tiene sus mejores momentos cuando deja de hacer de escuela y se convierte en juego; o en ocio, que era el sentido original de la palabra escuela. Entonces rompe las costuras que la tienen encorsetada y los perfiles que la atan a lo más burocrático y a las normas administrativas. Algo así pareciera como querer decirnos esta propuesta del maestro. Que la escuela suele inmovilizarse y anclarse en lo restrictivo de las rutinas y costumbres casi de la misma manera que los cálculos del alumno quedan también restringidos cuando se circunscriben sólo al signo igual. Es una corriente invisible que aprisiona el aprendizaje en unos marcos que son a la vez legales y mentales, y que quizás empiezan ahí en la escuela para que después se reproduzcan socialmente en los comportamientos de la ciudadanía de manera que le cueste ser rebelde, o que cuando quiera serlo lo exprese sin apenas conciencia de si lo suyo es la rebeldía del bruto que se agarra a una reja, la actitud destructiva del niño mimado que rompe las reglas del juego cuando cree que va a perder, o a la rebeldía propia del adolescente que se sublima a esa edad pero que se desnaturaliza eternizando al Peter Pan que somos, hasta hacerse impropia e irresponsable en la madurez y denigrarse en la actitud negacionista que ignora a conciencia lo común y lo destruye…
Decía -nos lo repetía tantas veces- Isabel Álvarez, tan nuestra, que hay que dotar a los alumnos y alumnas del «poder del lenguaje para librarlos del lenguaje del poder”. Y en ese aprender a usar el poder del lenguaje, la palabra “NO” ocupa un lugar destacado. Así que para frenar la deriva de que aprender acabe convirtiéndose sólo en obedecer, dotemos a nuestros alumnos y alumnas del poder de la palabra. Saber negar y saber cuándo decir “no”, es un aprendizaje para la vida que quizás empiece en las actividades escolares cuando la escuela, eso sí, deja de ser escuela para convertirse en juego, en ocio. Es ahí donde el alumno aprende a argumentar y consolidar su “no” con una base lógica, la misma que contienen las expresiones matemáticas de desigualdad que escribe ahora el alumno en su cuaderno y que a veces parecen buscar a conciencia el disparate: 8 ≠ 5 X 1.000 ≠ 0 + 0… Podríamos decir que es así con el contacto amistoso con el disparate como el alumno aprende a reconocer y diferenciar lo verdadero de lo falso; un aprendizaje que es el mismo y que cumple la misma función que en la canción popular infantil del “vamos a contar mentiras, por el mar corre la liebre, por el monte la sardina…”. Y un aprendizaje que es también del mismo tipo del “aprender a distinguir lo verdadero de lo falso y el valor real de las personas bajo toda suerte de disfraces”, que recomendaba Machado a los alumnos en el homenaje a Pérez de la Mata en su Instituto en Soria.
No, es la esencia de la rebeldía. Por eso para ser rebelde hay que aprender a decir “no” desde la propia escuela con sus actividades y sus juegos, para que el adulto pueda convertir el no en un acto profundamente consciente y responsable que evite confundirlo con lo frívolo. Y también para que en determinados momentos decir NO pueda convertirse además en un acto socialmente revolucionario. Nos lo cuenta muy bien la película chilena de Pablo Larrain de 2012 que precisamente se titula así: “NO”; y que se basa en la obra teatral de Antonio Skármeta “El plebiscito”. Véanla. Lo que cuenta, aún dándolo por sabido, merece la pena recordarlo. Trata del plebiscito que se celebró en Chile en 1988 convocado con la intención de dar continuidad a la dictadura de Pinochet legitimándola democráticamente; y de la campaña publicitaria de la oposición basada en esa palabra NO. Un NO a la censura, a los crímenes ocultos, a la corrupción de la dictadura; y un NO tan cargado de valor que se convierte poco a poco en un sí a la esperanza y a la alegría de vivir que va calando fuertemente entre el electorado hasta conseguir un resultado favorable a la no continuidad del régimen y a la convocatoria de elecciones democráticas un año después, como un “the end” feliz.
Pero la película tiene también un trasfondo nada desdeñable referido al uso y al poder de los medios de comunicación según para qué propósitos. La campaña del NO de la oposición con un diseño publicitario enfocado hacia el optimismo sorprende por inédito al trasladar el centro de gravedad del debate político desde lo ideológico a lo puramente publicitario, apelando a los sentimientos y emociones -¿nos suena?-, e invitándonos a reflexionar sobre el uso de la imagen y su manipulación. Una reflexión que es a la vez altamente inquietante y que la película muestra claramente cuando en un momento determinado y ante el éxito de los anuncios antigubernamentales, los responsables de la campaña pinochetista, deciden parodiarlos y fagocitarlos rodando anuncios del mismo tipo pero dotándolos de un contenido totalmente contrario. Situados en el ámbito de lo publicitario, significa la constatación de que las mismas imágenes pueden contar una cosa y también la contraria o que los valores de verdad y belleza sirven a la publicidad lo mismo para vender un coche, o unas zapatillas deportivas, que para proclamar valores democráticos o antidemocráticos. En el mundo de la publicidad todo puede confundirse como si en el fondo la confusión fuera la verdadera vocación de la alianza entre la publicidad y los valores de mercado…
Siempre que hablamos del poder manipulador de los medios en términos de educación hablamos de la necesidad de fomentar el espíritu crítico entre nuestros alumnos. Pero eso que está muy bien como propósito puede diluirse al enfrentarnos al cómo se hace, al cómo traducirlo y ejecutarlo en actividades concretas a desarrollar en nuestras aulas. Quizás actividades como estas que fomentan el uso del signo ≠, o los juegos y canciones populares como el “vamos a contar mentiras”, que quizás deberíamos reivindicar más a menudo, propician el contacto del alumno con el “no”, a la vez que van sembrando la semilla de la rebeldía consciente y responsable como vacuna contra la confusión generada por el mercado y la publicidad que miran al ciudadano sólo como consumidores, trastocando y abusando de los valores de verdad y belleza.
“Aprende a dudar y acabarás dudando de tu propia duda. Así premia Dios al escéptico y confunde al creyente” recomienda nuestro poeta. De la misma manera podríamos añadir: Aprende a negar y acabarás negando tu propia fe desmesurada en el no. Así premia Dios al sabio y confunde al negacionista…
Pues eso; que quizás haya en esta propuesta del aprendizaje del “no” como acto consciente y responsable una visión ingenua por optimista de la realidad y también de la realidad de nuestras aulas. Pero a veces la vida va consistiendo simplemente en participar en pequeños y cotidianos actos que a modo de referéndum nos plantean la disyuntiva de un sí o un no que nada tienen que ver con la fe o el negacionismo, sino con opciones vitales donde ponemos en juego nuestra consciencia y nuestra responsabilidad. Hay como un NO optimista que pareciera romper de algún modo lo negativo que hay en esas “metáforas que nos piensan”. Quizás por eso, como educador, no se me quite de la cabeza la imagen atrayente de un ciudadano casi desprotegido enfrentándose al inmenso poder del mercado, con una única palabra rotunda y poderosa: NO.