Si hoy es miércoles, Dolores Álvarez te invita a leer
Leer un libro de Miguel Ángel Santos Guerra te asegura que vas a disfrutar, que vas a aprender, que vas a sentir, que vas a querer más tu profesión docente… porque él lo vive, lo cuenta con pasión y emoción, trasmite todo su amor por la educación, los niños y las niñas… así que una vez más he podido disfrutar de su lectura con este «Un ramo de flores para los docentes del mundo».
Estos textos han sido publicados anteriormente en el periódico «La Opinión de Málaga», en su blog El Adarve, donde cada semana nos deleita con sus escritos. Por eso encontraremos citas repetidas y anécdotas que previamente habíamos leído.
Sinopsis: «En Un ramo de flores…, el autor se propone realizar un reconocimiento a los educadores. Un homenaje -dice Santos Guerra en el prólogo- que rinde tributo a la tarea abnegada, humilde y constante de quienes en las aulas y en las escuelas enseñan cada día a pensar y a convivir. Santos Guerra busca que su libro sea, como los ramos de flores, un obsequio para las maestras y los maestros. Por eso la obra está dividida en capítulos con nombres de flores de distintos colores. Así hay flores blancas de ilusión, amarillas de aprendizaje, rojas de dolor y hasta verdes de optimismo. La docencia es una profesión que no está muy reconocida en la sociedad, salvo desde un punto de vista teórico. La educación es muy importante dicen los políticos, que es necesaria y el futuro del país. Pero a la hora de la verdad, de los reconocimientos efectivos en su sueldo, condiciones laborales y el apoyo de las familias, creo que no es lo suficientemente bien tratado el maestro». (Homo Sapiens, 2019)
El autor nos habla de su libro en su blog El Adarve y nos explica la razón de la elección de cada una de esas flores que ha elegido para el ramo:
Para confeccionar el ramo he elegido flores blancas de ilusión porque “he conocido miles de profesores y profesoras apasionados por la tarea que realizan, apesadumbrados porque llega el final de una carrera cargada de emociones. Los he visto disfrutar cada día, acudir a la escuela silbando de contento, recogiendo cosechas asombrosas de afecto y gratitud”. (Los entrecomillados corresponden a textos del libro. Son, pues, autocitas).
También he puesto flores amarillas de aprendizaje porque “el docente, más que un profesional de la enseñanza, lo es del aprendizaje. Porque nadie que no es está en disposición de aprender puede desarrollar plenamente la acción de enseñar”.
He seleccionado algunas flores rosas de compromiso porque “el compromiso exige no solo la convicción de que lo que se está haciendo es algo valioso y trascendental para las personas y las sociedades. Exige también el apasionamiento del corazón, la implicación de las actitudes y de las emociones. Y la plenitud de la acción bien hecha”.
He buscado flores verdes de optimismo porque “no hay otra profesión como ésta. La influencia que ejerce sobre los alumnos y las alumnas se concreta en sentimientos y acciones bondadosas. El aprendizaje nos hace mejores. Y despierta un sentimiento de amor y de gratitud hacia quien ha producido tanto bien”.
Hay también en el ramo flores azules de esfuerzo porque “el esfuerzo es necesario para dar lo mejor de nosotros mismos cada día, para superarnos, para intentar ser mejores. Para estudiar sin cesar, para preparar bien las clases, para evaluar con rigor, para poner lo mejor de nosotros en las reuniones”.
No podían faltar algunas flores rojas de dolor porque “los docentes sienten el techo sobre la nuca con tanta fuerza que les hace mirar hacia abajo. En efecto, hay pocos alicientes de promoción en la docencia. Solo el que supone ser cada vez mejores docentes”.
Eran indispensables algunas flores violetas de mejora. “Una mejora que surgirá del compromiso profesional de los docentes, de los interrogantes que se formulen sobre sus prácticas, de su reflexión rigurosa sobre las mismas, de su capacidad de maniobra, del apoyo de los directivos y la ayuda de los colegas”.
He dejado para el final las flores más necesarias. Flores naranjas de amor. Las he elegido porque “quien ama educa y quien educa ama. No hay educación sin amor. Dice Emilio Lledó: esta profesión gana autoridad por el amor a lo que se enseña y el amor a los que se enseña”
El autor nos justifica plenamente el uso del lenguaje no sexista: «Esta decisión hace el discurso más farragoso, más reiterativo, más lento. Menos elegante, quizás. Sé que la economía del lenguaje y el rigor gramatical no aconsejan estas decisiones. Pero cuando chocan dos principios (en este caso uno lingüístico y otro ético), creo que hay que dar prioridad al de más categoría moral”.
El libro está lleno de vivencias, de historias, de anécdotas, de sentimientos, también de críticas reflexivas… que hacen muy amena su lectura. Es muy recomendable para el profesorado, para las familias, para los agentes sociales que hacen de la educación su tarea. Es necesario reflexionar sobre la educación y a esto nos puede ayudar este libro.
He rescatado de Youtube una entrevista a Miguel Ángel Santos Guerra en la que se puede ver el semblante del autor y sus principales pensamientos sobre la educación: