A veces ser maestro te proporciona pequeños momentos en los que el azar viene a iluminarte para encontrarle a tu labor un sentido inesperado que viniera como a compensar su implacable tendencia a la rutina. Recuerdo que fue en una de esas evaluaciones en las que los padres -casi siempre madres- venían a recoger los boletines de notas y tú sentías que debías hablarle de su hijo más allá de la escueta información de un “P(rogesa) A(decuadamente)” o un “N(ecesita) M(ejorar) en el boletin. Y fue también que yo me sentía desarmado ante la idea de cómo decirle a una madre que su hijo era un auténtico desastre, que apenas había podido sacar algún provecho de él y que todo lo que se me venia a la cabeza era negativo. Pero recuerdo que fue también eso; que quizás lo negativo estuviera fuera de lugar teniendo tan cerca las vacaciones. Así que de pronto me vi sorprendido por la respuesta de aquella madre que ante el discurso un tanto agrio de mis palabras, ella respondía con aspectos y detalles sobre aprendizajes y avances que ella creía haber notado en su hijo y que, contrastando con el matiz demasiado serio de lo que yo le decía, ella respondía con una expresión de alegría en su cara que podría resumirse en ¡Pero a que es muy lindo! Yo veo a mi hijo tan buena persona que a veces me da por pensar que si todos fuéramos como él, en el mundo no habría problemas, ni peleas, ni guerras, ni nada de eso…
Ser buena persona…
Hay palabras que son así, te llegan desde el azar para desalojarte de tus prejuicios y comenzar a construir alrededor de ellas un nuevo paradigma en tu mundo de ideas y valores.
Educar para ser buenas personas, me digo ahora leyendo el articulo de Santiago Alba Rico en ctxt.es y que se titula “Ser amables”. Un texto extraordinariamente lúcido que nos habla de la “banalidad del bien” en contraposición a “la banalidad del mal” de Hannah Arendt, y que nuestro autor la sitúa en “esa apretada red de pequeños gestos cotidianos –del intercambio desinteresado de servicios entre vecinos, los cuidados recíprocos dentro de una comunidad– que garantizan la consistencia y supervivencia del mundo común en medio de las más grandes calamidades.
Y también un texto que he podido leer iluminado por el recuerdo de aquella madre como impreso en cada una de sus palabras:
“La banalidad del bien que he llamado ingenuidad, como variante de la inocencia, está hoy muy amenazada. Lo está no solamente en escenarios de guerra y dictadura, como es el caso de Siria, sino un poco por todas partes, como resultado de la erosión capitalista de los vínculos antropológicos, sustituidos por el egocentrismo digital, y de la aceptación subjetiva de un futuro sin horizonte…”.
Educar para ser buenas personas, construir un mundo de buenas personas, me repito. Eso quizás pudiera corresponderse con el objetivo primordial de nuestra pedagogía ingenua: “La ingenuidad, por así decirlo, crea el mundo cada mañana: en medio de la complejidad más inextricable, atrapados en una selva hostil cuya radical maldad no podemos cambiar, la ingenuidad cree todavía posible llenar un cántaro de agua, coser un botón, encender de nuevo el fuego, enseñar a un niño matemáticas, curar una herida”…
De todo eso creo que me hablaban ese día las palabras sencillas de aquella madre pensando en su hijo y que me llegaron como un auténtico don que el azar se encargara de regalarme. A veces ocurre en esta profesión cosas asi; que unas simples palabras vienen como a iluminar toda una labor e imaginar un proyecto de futuro para este nuestro tantas veces complejo y desorientado mundo.
Realmente bueno el artículo de Alba y enhorabuena a Manuel Martín por situarlo en el contexto escolar con la sencillez con que lo ha hecho. En unos días comenzaré mi trigésimo sexto curso como docente y más que nunca entiendo a la bondad, al cuidado y al respeto como las auténticas armas para cambiar un entorno donde el cinismo y la estupidez se han mostrado muy eficaces…para destruirlo. Como dice Alba, “Comprender” y “ser amables”, prácticas gemelas y hasta siamesas, son verbos dotados hoy de un valor casi “revolucionario”.
Gracias por el regalo. No recuerdo quién dijo que los docentes y los actores son los únicos profesionales que no tienen excusa para ser buenas personas: los unos por que enseñan sobre el bien y el mal continuamente, los otros por que experimentan ambas cosas en carne propia cuando interpretan. Por tanto, ni unos ni otros pueden excusarse en la inconsciencia o en no haber reparado en las consecuencias de hacer ellos mismos el bien o el mal.
Otra idea que me sugiere este artículo tan interesante es aquella de Marina que dice que la bondad es el mayor signo de inteligencia, pues si bondad no hay felicidad o bienestar posible (felicidad o bienestar habitual, con mayúsculas), y ése es el objetivo mayor de la inteligencia en la vida.
Un abrazo grande a todos.