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LA ENSEÑANZA DE LA RELIGIÓN EN LA
ESCUELA AULA LIBRE |
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Otra
voz en la Iglesia: renuncia a la clase de religión en la escuela pública
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"El
programa que se perfila para el 'hecho religioso' más bien nos parece una
repetición de lo mismo" |
Tras una larga
reflexión sobre el "lamentable estado" de la enseñanza de la religión
y de la formación ético-cívica en la escuela española, el equipo de redacción
de Éxodo concluía en octubre de 2001 con este deseo: "En fin, lo
importante es acabar con lo nefasto de la actual situación; tomar alguna
iniciativa e incluso tener el valor de arrostrar una posible equivocación,
porque en determinadas causas la mera abstención es culpable" (número
60). En esta misma línea, saludamos la presencia del "borrador" que
acaba de enviar el Gobierno a las comunidades autónomas y a los editores sobre
la Ley de Calidad en materia religiosa. Se pretende con este nuevo proyecto
estructurar curricularmente el área de Sociedad, Cultura y Religión,
puesta ya en funcionamiento por la propia Ley Orgánica de Calidad de la Educación
(LOCE) desde principios de enero del 2003.
1.
Vista desde dentro, la actual
situación de la religión en la escuela es ciertamente preocupante. Ni la
religión confesional goza de un estatuto digno que neutralice la esterilidad de
tanto esfuerzo docente y dignifique la labor del profesorado, ni la formación
ético-cívica, dispersa en demasiadas "asignaturas transversales",
consigue ofrecer al alumnado una tabla coherente de valores. Esto no sólo
banaliza la función moral inexcusable de la escuela, sino que la distorsiona en
gran manera. Y, lo que no es menos relevante, causa un gran despilfarro económico
al erario público al tener que duplicar todo lo que se relaciona con el área
de religión: los materiales, los profesores, las aulas, los horarios, etc.
No ignoramos los
avatares por los que ha ido pasando la clase de religión en un tiempo
relativamente reciente. Su legislación se ha ido ajustando a una dinámica muy
peligrosa en materia educativa: la norma y la reforma de la norma a la vuelta de
la esquina. Sujeta a los avatares del color político gobernante, a esta
legislación le ha faltado siempre el equilibrio y la necesaria estabilidad que
la tarea educativa requiere y que debe ser fruto del consenso entre todos los
agentes sociales implicados en la materia. Esta falta de consenso se advierte
entre líneas aun en nuestras leyes más básicas. Así, la misma Constitución
del 1978, que consagra el paso al Estado aconfesional, junto a "libertad
religiosa" (16.1) y la seguridad de que "ninguna confesión tendrá
carácter estatal" (16.3), garantiza unas especiales "relaciones de
cooperación con la Iglesia católica"(16.3). Esta misma Constitución
garantiza a los padres el derecho a que "sus hijos reciban la formación
religiosa y moral que esté de acuerdo con sus convicciones" (27.3). Todo
este galimatías desprende un cierto tufillo de reforma interna de una norma que
se acaba de instituir como doctrina general.
Reconocida de
este modo la Iglesia católica como interlocutora válida en el área religiosa
en la escuela, se introduce justamente un factor que, a la larga, se ha venido
evidenciando incómodo y absorbente. Ya el 1980, en la que se considera Ley
Otero Novas, el Gobierno de la UCD tuvo que negociar con la Iglesia católica el
Estatuto de Centros Escolares y las Órdenes en materia religiosa, proponiendo
la Ética como alternativa a la religión, obligatorias ambas y con valor académico.
Aparentemente ecuánime, esta ley encierra, de hecho, una gran discriminación:
carga al alumnado civil con una nueva asignatura, la Ética, y deja en manos de
los profesores de religión, nombrados directamente por los obispos, la formación
ético-cívica de aquellas y aquellos que han elegido la clase de religión.
Para salir al
paso de tal despropósito, primero con la Ley Orgánica de Ordenación General
del Sistema Educativo (LOGSE) y luego con los correspondientes reales decretos
(1006/1991, para Educación Primaria, y 1007/1991, para Educación Secundaria
Obligatoria), los diferentes gobiernos del PSOE, con mayor voluntad que fortuna,
sometieron a tal ajuste tanto la asignatura de Religión como su alternativa
(reducida, en la práctica, a un "estudio vigilado"), que las
convirtieron en mero apéndice del currículo sin repercusión académica
alguna.
2. El
borrador que ahora conocemos nos ha dejado perplejos. Pensábamos que, a estas
alturas, este nuevo paso iba a recomponer el desconcierto que existe en esta área.
Esperábamos de esta nueva Ley de Calidad en el área religiosa alguna propuesta
que intentara restablecer, como primer punto, "la equidad y la
justicia", gravemente dañada entre los alumnos. Porque no se puede
constitucionalmente seguir discriminando a nadie por motivos religiosos en la
escuela. Todos los alumnos y alumnas tienen derecho al mismo currículo. Y por
mucha tradición que se acumule a nuestra espalda, para salvar la
"legalidad" de unos no podemos cargar a otros con las consecuencias.
Desde estos
principios, mirado el programa que se perfila para el "hecho
religioso" -y que va a ser alternativo a la clase de Religión-, más bien
nos parece una repetición de lo mismo. Un cierto doblaje, a no ser que se
piense convertir la clase de religión católica en una catequesis kerigmático-sacramental,
lo que sería abiertamente inconstitucional.
Esperábamos,
por otra parte, que esta nueva ley abordara con seriedad el "estatuto
especial" de los profesores y profesoras de Religión, actualmente
nombrados no por el Estado, sino por los obispos. Porque pensamos que no puede
seguir dejando el Estado la educación ético-cívica de muchos de sus alumnos y
alumnas en manos de un colectivo cuyo origen y capacidad no controla. Ni tampoco
tiene por qué seguir cargando el Estado con los costes que la duplicación de
esta área está generando.
Pero con gran
sorpresa constatamos que, con el actual borrador, además de volver a posiciones
ya superadas, se pretende legitimar un statu quo que, a muy corto plazo,
va a tener que ser reformado por otra nueva ley más ajustada a la equidad y más
respetuosa con el pluralismo social. Creemos que ha llegado ya el momento de
romper con dicotomías tales como "religión y ética", "religión
y su alternativa", "religión y hecho religioso" que están al
origen de ese incesante vaivén del legislador de turno. Ha llegado también el
momento de "denunciar" los Acuerdos con la Santa Sede del 1979, que
son causa de discriminación y de privilegios entre los alumnos. El hecho
religioso y la ética-cívica pueden ser un buen aporte cultural para todos los
alumnos siempre que sean impartidos por un profesorado con el mismo estatuto que
el resto del claustro y nombrado por el Estado.
3. Como
cristianos tenemos muy claro que el "lugar social" de la Iglesia católica,
aquí y ahora, no está ya en la escuela. Sin menospreciar la posición del
Vaticano II en su Declaración Gravissimum Educationis, que hace una ferviente
defensa de la "escuela católica", no podemos ignorar que se trata de
otra época y que, en estos últimos casi cuarenta años, nuestra sociedad ha
cambiado sustancialmente. Así como en otros ámbitos de la esfera pública el
cristiano ha ido abandonando la idea del partido o del sindicato confesionales,
pensamos que ha llegado ya el momento de plantearnos la misma actitud respecto a
la escuela católica.
Pero, más allá
de la escuela católica, nos parece urgente abordar la forma misma de
"presencia del cristiano" en la escuela pública. Ya durante al
tardofranquismo y los primeros años de la transición muchos cristianos
(inspirados en Antonio Gramsci y liderados en parte por Alfonso-Carlos Comín,
Fernando Urbina y otros) se enfrentaron a la alternativa "cristianismo de
presencia" (movidos personalmente por la propia fe) o "cristianismo de
mediación" (presentes en la sociedad con obras propias, confesionales). No
era probablemente el mejor momento para zanjar esta importante cuestión. Pero a
algunos años de distancia, nos parece claro que, siguiendo el estilo de Jesús,
el mejor camino pasa por la primera opción. Y en el caso que nos ocupa, lo que
está fuera de toda lógica es que se siga intentando crear una "escuela
católica", una especie de "finca particular", en el seno mismo
de la escuela pública. Ni el católico como individuo (y mucho menos la Iglesia
en tanto comunidad) tiene en la escuela mayores prerrogativas ni derechos que el
resto de los ciudadanos. Su presencia en la escuela debe estar sometida al mismo
baremo de los derechos humanos que son patrimonio de todos. La única
particularidad del cristiano emergerá de la calidad de su propio testimonio
personal.
En consecuencia,
la "apuesta por la superación" de estos problemas obsoletos, que
siguen generando privilegios, discriminaciones y agravios comparativos, pasa,
como mínimo, por la exigencia de "un consenso" que evite la
consiguiente degradación continua a que se está sometiendo este aspecto que
juzgamos importante en la formación de nuestros jóvenes. Pedimos, en este
sentido, a los católicos que militan en el PP que hagan cuanto les sea posible
para paralizar y rectificar a tiempo este "mal proyecto". Nos gustaría
que este mismo Gobierno de PP, tan cercano a la Iglesia jerárquica en tantos
otros aspectos, le ayude a ésta a recuperar su dignidad desprendiéndose de
todos los privilegios que mantiene acumulados en la enseñanza pública,
originados en un pasado no tan diáfano. Lo decimos con toda claridad, la
Iglesia católica debería renunciar ya, aquí y ahora, a su clase de religión
católica en la escuela pública, que para mucha gente sigue siendo un
antitestimonio del mensaje que intenta transmitir. Con esta renuncia, justa y
necesaria, el Estado ganaría un buen espacio para simplificar el área de
religión: un solo y mismo programa sobre el "hecho religioso" para
todo el alumnado. Y, por su parte, la Iglesia misma ganaría en credibilidad y
en libertad para anunciar el evangelio en una sociedad laica y plural como la
nuestra.
(EL PAÍS, 21/4/03)