Hay quien mantiene que el ser humano es violento por naturaleza.
Y hay quien dice que la violencia es un mecanismo aprendido – y por lo tanto enseñado, consciente o inconscientemente - para ejercer el poder o la defensa.
Lo que llamamos violencia se manifiesta de diversas maneras: hay violencia física, violencia verbal, violencia psicológica, y hasta violencia simbólica, que se manifiesta de forma indirecta, o mejor, que parece que no es tal.
Se dan relaciones violentas entre iguales, de los de arriba sobre los de abajo y de los de abajo sobre los de arriba.
En ocasiones usamos la expresión "violencia gratuita" para referirnos
a casos en que no hay motivos para esa forma de actuar. Esto supone que
estamos dando carta de justificación a otros casos en que la violencia
no es gratuita, pretende algún objetivo lícito, persigue
algún beneficio para quien la ejerce o para quien la sufre. "Quien
bien te quiere te hará llorar", por ejemplo.
En la Escuela se manifiestan, en mayor o menor medida, todas estas violencias,
de igual manera que en otros ámbitos de las relaciones humanas;
siempre que hay que compartir espacio y/o tiempo con otros: la propiedad
del territorio, el uso o las normas de utilización de ese territorio,
son motivo de conflictos que pueden devenir en violencia, entendida como
agresión a otros. Y solemos ver a los demás como enemigos
en muchas situaciones: en la cola de cualquier establecimiento o servicio,
al conducir, en las aglomeraciones o en zonas despobladas, al competir
por un puesto de trabajo, a los "agentes del orden", a los jóvenes,
a los grupos étnicos, a los marginados y a los que tienen éxito,
a los profesores y a los alumnos. En estas y otras situaciones esperamos,
aunque no deseemos, que alguien actúe contra nosotros.
La Escuela también es un ámbito artificial de convivencia, en el que se dan las condiciones necesarias para que aparezcan los conflictos.
Se "fuerza" la convivencia entre iguales, que han de compartir espacios y tiempos, lo que provoca situaciones de lucha por el control de los mismos: quién, cuándo y de qué manera se utiliza ese territorio son cuestiones que se resuelven frecuentemente con métodos violentos.
Igualmente obligada es la convivencia entre desiguales: Padres, Profesores y Alumnos se encuentran en un decorado cuya organización y normas de funcionamiento llega desde el exterior, a todos les resultan algo o muy ajenas. (Los profesores, además, asumimos el papel de agentes de ese orden).
En este territorio compartido se dan cita objetivos y medios que no compartidos. Hay intereses encontrados: el interés por enseñar no se corresponde con el interés por aprender; lo que queremos enseñar no es lo que quieren aprender; la forma en que queremos enseñar no es la forma en que quieren aprender. Y hay muchos más motivos de desencuentro.
Están presentes en la Escuela muchos elementos que favorecen
la aparición de conflictos; muchos elementos que facilitan a los
alumnos una visión negativa del lugar y las actividades que en ella
se desarrollan. Hay múltiples momentos para vivir la Escuela como
entorno no neutral: horarios rígidos; filas para entrar, salir,
beber; espacios reservados o prohibidos por edades o estamentos; tarimas-estrados
en las aulas, ... La Escuela aporta un currículum oculto cargado
con normas, obediencia, jerarquía, valores de prestigio, competitividad,
uniformidad, marginación, individualismo, valor de los resultados
frente a los procesos, etc., que no favorecen precisamente que las personas
que en ella conviven la sientan como territorio favorable, y menos aún
los alumnos que no sean capaces, por las razones que sea, de engancharse
en ese sistema, en el que pasan una gran parte de sus días, peleando
por conseguirlo o por defenderse.
En la Mesa redonda del pasado día 6 de Abril, cuyo título
era La Violencia Escolar, se puso de manifiesto que la Escuela es un campo
de batalla en el que profesores y alumnos peleamos por conseguir convertirla
en lo que creemos que debe ser. Pero unos creemos una cosa y otros algo
distinto.
Es más que probable que no esté en nuestras manos modificar la Escuela hasta convertirla en un territorio neutral, que no neutro, en el que podamos acordar todas las partes implicadas cuál sea el juego y cuáles las reglas del mismo.
Pero no debemos considerarnos una isla, cuando hablamos de violencia, porque está presente en muchos otros escenarios; y tampoco debemos ver sólo la violencia contra los profesores, contra los agentes del orden; existen más violencias entre los miembros de la comunidad escolar: física, verbal, psicológica, simbólica; y en todas las direcciones.
Quizá sí podamos aportar algo para mejorar la situación. No hay que cejar en el empeño de conseguir que el sistema educativo sea más propicio a la convivencia pacífica. Habrá que seguir llamando la atención sobre los elementos que producen el enfrentamiento entre los diversos estamentos.
Pero al mismo tiempo, en la medida de nuestras posibilidades – y no
son nulas –habrá que seguir avanzando en la mejora de mecanismos
reales de participación que fomenten la responsabilidad compartida,
habrá que recortar las diferencias jerárquicas basadas en
las posiciones de poder, habrá que mejorar el respeto a las diferencias,
habrá que fomentar y practicar la solución dialogada de los
conflictos, habrá que hacer mas manifiesto ( y criticado) el currículum
oculto y más oculto el manifiesto.
La violencia no sólo se da en la Escuela, ni sólo contra
los Profesores. La Mesa Redonda antes mencionada se debería haber
llamado Violencia y Escuela, ya que no creo en una Violencia Escolar, diferente
de otras violencias. Creo que la Escuela es uno más de los campos
de convivencia en que nos encontramos y que, debido a muchos factores (algunos
mencionados mas arriba), convertimos con cierta frecuencia en campo de
batalla.
De mis reflexiones al respecto surge esta pequeña aportación, que espero sea contestada.
JOSÉ PEREIRA SÁNCHEZ.
Profesor del C.C. Aljarafe de Mairena del Aljarafe (Sevilla)