Hay gente que tiene por oportuna costumbre estudiar cómo
desempeñan otros
el trabajo que tú desarrollas diariamente; sin ir más
lejos, tengo un primo
químico que mantiene que los inventos y mejunjes prodigiosos
que hacía
McGyver eran, las más de las veces, imposibles. A mí
me pasa con las
películas y los libros en los que aparecen profesores de adolescentes
...
Hace poco se ha publicado la segunda parte de Las
cenizas de Ángela, de
Frank McCourt, llamada Lo es. En ella, el autor-personaje, por fin
logra
situarse en la sociedad americana (EE.UU. of course!): acaba sus estudios
universitarios y encuentra trabajo ... de profesor. Así fue
su primera
impresión:
Me acompaña a ver a la señorita
Mudd, la profesora a la que
sustituyo. Cuando abre la puerta del aula, hay chicos y chicas asomados
por
la ventana hablando a voces con otros que están al otro lado
del patio. La
señorita Mudd está sentada tras su escritorio, leyendo
folletos de viajes y
sin hacer caso del avión de papel que le pasa zumbando por
encima de la
cabeza.
La señorita Mudd se ha jubilado.
El señor Sorola se marcha del aula y ella dice:
Así es, joven. No veo el momento de marcharme
de aquí.¿Qué día es hoy?
¿Miércoles? El viernes es mi último día,
y tengo mucho gusto en cederle
este manicomio. Llevo treinta y dos años en esto, y ¿
a quién le importa?
¿A los chicos? ¿A los padres? ¿A quién
le importa una mierda, joven, y
perdone la manera de señalar? Nosotros enseñamos a
sus mocosos y ellos nos
pagan como a lavaplatos. ¿Qué año era? Mil
novecientos veintiséis. Llegó a
presidente Calvin Coolidge. Llegué yo. Trabajé durante
todo su mandato, y
durante todo el mandato del hombre de la depresión, Hoover,
y el de
Roosevelt, y el de Truman, y el de Eisenhower. Mire por esa ventana.
Desde
aquí hay una buena vista de la bahía de Nueva York,
y el lunes por la
mañana, si esos chicos no lo están volviendo loco,
verá pasar un barco
grande, y yo estaré en cubierta despidiéndome con
la mano, hijo,
despidiéndome con la mano y sonriendo, porque hay dos cosas
que no quiero
volver a ver en mi vida, si Dios quiere: la isla de Staten y los
chicos.
Monstruos, monstruos, mírelos. Más le valdría
trabajar con los chimpancés
del zoo del Bronx.
¿En qué año estamos? En mil novecientos cincuenta
y ocho. ¿Cómo he podido
aguantar? Habría que ser Joe Louis. Así que, buena
suerte, hijo. Le hará
falta.
La frase más contundente del fragmento, la
que más tranquilidad
deposita en el espíritu es La señorita Mudd se ha
jubilado. La pobre. Por
fin ha encontrado descanso. La novela, preocupada de otras cosas, la
olvida
y no nos enteramos de cómo le fue en el crucero. Esperamos que
bien. De
verdad.
Todos conocemos a "señoritas Mudd" a las que
los años de docencia han
aplanado hasta el punto de hacer desaparecer el más mínimo
rescoldo de
ilusión que hubiera podido tener en sus años más
mozos. Pero lo que es más
discutible es que los docentes veamos, cuando miramos adelante -o atrás,
que tanto da-, una cuadrilla de monstruos de las más diversas
formas y
caracteres. Hace poco Muñoz Molina en El País Semanal
nos retrataba también
a una profesora agotada, asustada y víctima de la depresión.
Vaya por Dios,
cómo está la profesión. Ésta veía
monstruos cuando miraba a los padres o a
la Administración. Creo que no hay que hacer grandes esfuerzos
en ver
alumnos cuando se mira a alumnos, padres cuando se mira a padres y
Administración cuando se mira a la Administración. Los
monstruos sólo
habitan en los sueños y en la imaginación. Otra cosa
es que no tengamos
demasiado interés en cambiar las cosas y prefiramos mirar hacia
otro lado
cuando tenemos la firme convicción de que las cosas no funcionan.
Hay una cosa que no nos deja clara la señorita
Mudd. ¿Qué Joe Louis hay
que ser para ser profesor? ¿El que defendió con éxito
veinticuatro veces su
título pugilístico o el que cayó vencido por Rocky
Marciano cuando retornó
al ring?
PEDRO ANGEL JIMÉNEZ MANZORRO