[MIGUEL ÁNGEL DEL ARCO]
A
Fuensanta Guzmán, maestra durante treinta y ocho años.
«Se ha dicho hartas veces que el problema de España es un problema
de cultura. Urge, en efecto, si queremos incorporamos a los pueblos
civilizados cultivar intensamente los yermos de nuestra tierra y de nuestro
cerebro, salvando para la posteridad y enalteciendo patria todos los ríos que
se pierden en el mar y todos los talentos que se pierden en la ignorancia»
(Santiago
Ramón y Cajal).
Nacemos
aprendiendo y debemos vivir aprendiendo. Dichosos tiempos de nuestra infancia y
adolescencia, cuando éramos alumnos indefensos y en nuestros ojos se reflejaba
toda la esperanza y curiosidad por el conocimiento del misterio de la vida,
cuando esperábamos que alguien se metiera en nuestras almas para abrir el
camino, y cuando sentíamos la necesidad de entender comunicándonos.
Estábamos
expuestos a ser víctimas inocentes de quien cometiera la alevosa indignidad de
imbuirnos su ideología y frustraciones. Esa es la tremenda responsabilidad y
también la grandeza de los maestros que escriben, para bien o para mal, el
inicio del camino de nuestras vidas, porque en el camino de la enseñanza se
inicia la que es una búsqueda del sentido de la existencia.
¡Maestros
ignorados por un tiempo! Hoy os recordamos y comprendemos; nos rendimos de golpe
a la realidad tardía del fruto de vuestro magisterio. Fuisteis los primeros en
ayudarnos a desentrañar la historia, el pensamiento, el sentido moral, la
critica y la reflexión. Fuisteis los primeros en descubrirnos el mundo, la
libertad de pensamiento, la comunicación, las formas de conducta, la belleza
y el arte. Nos enseñasteis a mirar y canalizasteis lo mejor que tiene el
hombre, poniéndonos en contacto con la creación, con la originalidad, comunicándonos
con la vida.
Fuisteis
maestros, maestros con los que mantuvimos una relación de solidaridad de mentes
y almas. Nuestros recursos eran limitados: destartaladas clases, desvaídas
pizarras, textos del Catón, Rayas, Enciclopedias, descoloridos mapas de¡ mundo
colgados en las paredes, presencias incomprensibles de efigies políticas y
religiosas, ignoradas consignas de destino en lo universal, tablas de
multiplicar cantadas a coro, reglas de tres, dictado, cuadernos de caligrafías
y copias. Pero vosotros erais maestros, aquellos maestros que rompieron la
triste historia de nuestra pedagogía, que desplazaron el impuesto
aprendizaje del catecismo oficial, la enseñanza inquisitiva, por la voz sin
estridencias llena de afectos y ternura hasta el terciopelo de la libertad.
Estos
maestros sabían que: «Si conseguimos que una sola generación, una sola
generación, crezca libre en. España... ya nunca se les podrá arrancar la
libertad» (Don Gregorio, maestro republicano de La lengua de las mariposas).
...
En la soledad de la destartalada escuela, rodeado de bancos vacíos de
presencia, con el solo instrumento de un libro y un maestro depurado por ser
republicano, un crío otea el mundo sin saber qué hacer, con una curiosidad
llena de ignorancia, pero también de ilusión. Se le está abriendo el mundo de
la cultura, que le ayudará a intentar ser libre, a intentar liberarse de una
educación que pretendía que se mirase a una sola dirección, que pretendía
que todo fuese de un color, mientras la realidad empezaba a ofrecerle una mezcla
de sombras, de claro oscuro lícito y posible que era necesario desvelar.
La
ilusión, surgida de una idea enseñada la ponía en práctica como un
torbellino. Se despertaba el interés, la curiosidad de no quedarse en la
superficialidad y en los tópicos que algunos pretendían imbuir socavando la
libertad. Se abrió expectante a la vida.
...
Años más tarde ese crío pensará que lo que había conseguido se lo debía a
sus maestros, que su vida era una deuda con ellos, que pertenecía a una
generación fruto y testigo de] primer cambio social tras el desastre de la
guerra.
Porque
ellos eran personas capaces de multiplicarse, de hacer su trabajo y mantener su
compromiso personal con la humanidad, como aliados permanentes de la cultura y
del progreso. La cultura es libertad y cambio social. Con ella se renuevan las
generaciones y se revitaliza el tejido de la sociedad.
No
hay mayor hoguera inquisitiva que la ignorancia. Maestros, que habéis gastado
la vida en provecho de los alumnos. Vuestra enseñanza ha servido para
universalizar, no para empequeñecer. A veces lo único que puede aliviar la
soledad, la mediocridad, el pozo que puede representar una sociedad, es la
cultura. Nos habéis enseñado que no hay más territorio verdadero que el de la
cultura. Porque la palabra de un profesor dicha a tiempo puede ilusionar una
vida, despertar una vocación.
¡Qué triste es la edad del hombre que, aunque tiene hijos, ya no
tiene maestros! Porque ahora el hombre que ha dejado muy atrás a aquel crío
comprende que teníais razón: «Platero es pequeño, peludo, suave...»; «mas
sea verdad o sueño / obrar bien es lo que importa / si fuera verdad, por serlo
/ si no, por ganar amigos /para cuando despertemos».
Y
que nuestro pasado y futuro puede unirse en «estos días azules y este sol de
mi infancia».
Miguel Ángel del Arco Torres es juez de Instrucción en Granada