Hoy se plantea en España el problema de la enseñanza de
la religión en
los centros públicos. El tiempo en que era obligatoria la enseñanza
de
la religión católica en las escuelas, institutos y universidades
ha
pasado con la transición. Ésta trajo una Constitución
no confesional,
con el apoyo de todos los partidos políticos representados en
la
comisión que hizo el proyecto: lo mismo la derecha que el centro
y la
izquierda estuvieron allí confeccionando nuestra Carta Magna.
Sin
embargo, en el artículo 16.3 se dice claramente que se tendrá
una
consideración sociológica con las religiones, y ahí
está la cuestión.
¿Hay que implantar por esa razón la enseñanza
de la religión católica
-que es la mayoritaria- en los centros de enseñanza? Y, en todo
caso,
¿cuál es la misión de los profesores de religión
en ellos? Preguntas que
es preciso contestar sin apasionamiento ni prejuicios.
Estamos en un país por fin democrático que quiere estar
a nivel europeo,
y no anclado en nuestra reaccionaria experiencia del siglo XIX, en
que
la Iglesia llevaba la voz cantante en muchas cuestiones que afectaban
a
la marcha del país, que no debían ser de su incumbencia.
Cuando se
estaba en estos años últimos estudiando la reforma de
la enseñanza se
planteó ya este problema, y se llegó en principio a preparar
una
inteligente solución: establecer no la enseñanza de la
religión
católica, sino una historia de las religiones. ¿Por qué
esto?: porque la
religión es un capítulo de nuestra cultura española,
y en particular las
tres religiones abrahámicas: la judía, la cristiana y
la islámica, que
se vivieron la mayor parte de nuestra Edad Media en pacífica
convivencia
y colaboración cultural. Por tanto, parece que esta Historia
de las
Religiones, incluso ampliada, debía ser conocida para entender
nuestra
historia, nuestra cultura, nuestra literatura y nuestro arte no sólo
antiguos, sino actuales. Hoy es preciso ampliar este estudio con la
globalización que los medios de comunicación han producido,
al haber
tanto intercambio y conocimiento de las más alejadas culturas.
Es así
preciso ampliar la idea de esa enseñanza cultural-religiosa,
y
realizarla como hace el excelente catecismo francés, escrito
por dos
enseñantes católicos, que se titula Las grandes religiones
del mundo,
redactado con imparcialidad y rigor, que también ha sido
publicado en
castellano sin que haya tenido apenas difusión.
Toda esta buena voluntad, al preparar la reforma de la enseñanza,
hace
pocos años, fracasó con la intervención del obispo
catequista Estepa,
que impuso otra forma, propia de épocas anteriores, y en especial
de la
época del nacional-catolicismo: movido por su especialidad,
a él sólo le
interesaba la enseñanza católica. Aquel nuevo y fracasado
plan de
Historia de las Religiones había sido preparado por dos inteligentes
profesores católicos, a los que la Comisión Episcopal
les había
encargado estudiar el problema; pero, cuando estaba listo el
anteproyecto, que había parecido bien al Gobierno socialista,
se vino
abajo y, de resultas de ello, ahora padecemos de falta de visión
de
futuro y las soluciones dadas que se refieren sólo al catolicismo
se han
encontrado con la crítica de muchos dentro de cualquier ideología
política. Ante estos hechos uno se pregunta qué es lo
que ha variado en
nuestra Iglesia española. Vemos que es poco; le cuesta trabajo
acoplarse
a los nuevos tiempos democráticos y aconfesionales. Lo que muchos
siglos
antes era normal entre nosotros, ahora, con esta apertura cultural,
parece que se la quiere atacar y se pretende practicar con ella un
nuevo
anticlericalismo; y sin saber qué contestar a este reto, la
Iglesia sale
por la tangente y dice equivocadamente que se trata de una actitud
anticlerical anacrónica.
Pero nuestra historia antigua nos conduce a pensar lo contrario: porque
esta postura es la que tuvimos practicando la convivencia y la
tolerancia de distintas religiones arraigadas en nuestra cultura. El
pluralismo fue durante siglos la norma de convivencia, y una exigencia
de los tiempos que corrían. Eran las épocas en que nuestros
reyes no se
llamaron Reyes Católicos, sino Reyes de las tres Religiones,
como
descubrió Menéndez Pidal, y Alfonso X el Sabio exigía
que los moros
deben "bivir entre los christianos guardando su ley, e non denostando
la
nuestra" (Partidas, VIII). No habían venido todavía los
tiempos de "una
cruz, un imperio, una espada", que culminaron en el franquismo.
Pero hay más: cuando el clero quiso siglos antes implantar la
enseñanza
de la religión católica en las escuelas, el obispo de
Braga Martín se
opuso en el siglo VI, y para ello escribió el famoso libro Reglas
de
vida honrada, donde defendía que lo único que debía
exigirse en las
escuelas de entonces era la enseñanza de la moral natural, la
de los
clásicos paganos latinos. Idea moral que caló en nuestra
tradición
cultural religiosa de los grandes pensadores del Siglo de Oro.
Se impone que, si queremos vivir en un país democrático,
donde se
fomente desde la escuela la tolerancia y la cultura plurales, y que
aprendamos desde niños la convivencia de convicciones, no hay
más
remedio que volver al estudio de ese amplio panorama cultural-religioso
del que está impregnada nuestra civilización, dejando
la transmisión de
la fe católica a la familia, la Iglesia y los grupos católicos.
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Enrique Miret Magdalena es teólogo seglar.