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La excepción francesa

Pocas veces habrá un debate que haya apasionado y dividido tanto a la opinión francesa como el que ha suscitado el proyecto de ley prohibiendo en la escuela los signos religiosos ostensibles. Por ello "Le Monde diplomatique" ha decidido no tomar partido en este enfrentamiento, pero sí intentar esclarecerlo presentando los principales argumentos de los partidarios y de los adversarios de la ley, que el lector se encontrará en los artículos de Henri Peña‑Ruiz y de Pierre Tevanian (páginas 8 y 9). Resucitamos la larga historia del racismo antiárabe, que nos recuerda Alain Rucio (página 10). Y subrayamos cómo Francia representa, en este aspecto, una excepción en Europa. Insistimos por último, en la portada y aquí mismo, en la necesidad de relanzar la batalla contra las discriminaciones.

DOMINIQUE VIDAL (Jefe de redacción adjunto de Le Monde diplornatique, Paris)

 

“¿Cómo es posible? ¿Cómo Francia, considerada como la patria de los derechos humanos y de la democracia moderna, puede practicar semejante discriminación?”[1]. Tal es, según el diario de Varsovia Gazeta Wyborcza, la reacción de los polacos ante la cuestión del velo. Ciertamente, se la podría descalificar invocando el peso de la iglesia católica en Polonia. Pero casi la totalidad de los vecinos europeos se sorprenden de la vivacidad del debate francés sobre esta cuestión. A muchos de ellos recurrir a la ley para prohibir el uso del pañuelo incluso les parece incongruente.

Pero, a decir verdad, no hay motivo para sorprenderse. Porque el "laicismo a la francesa” no tiene émulos. En Europa hay muchos Estados que no escapan enteramente a la influencia de la religión, para no hablar de la del monarca reinante. Además, la cuestión de la inmigración islámica no se plantea en los mismos términos, bien porque el peso de la comunidad musulmana sigue siendo marginal, o bien porque la naturalización por la vía del ius soli está excluida y el comunitarismo suele prevalecer sobre la integración.

Solamente algunos länder (provincias) de Alemania federal, que tiene 3,2 millones de musulmanes (3,8% de la población), en su mayoría turcos (o kurdos)[2], recurren a la ley en la cuestión del pañuelo. Sorprendido por una docente de origen afgano, el Tribunal Constitucional de Karlsruhe decidió, el 24 de setiembre de 2003, que las autoridades de Baden‑Wurtemberg se habían equivocado al prohibirle llevar el velo en clase; el land, explicaban los jueces, debió haber legislado esforzándose por encontrar "una reglamentación aceptable para todos". Transcurridos cuatro meses, diez länder todavía no lo han hecho. Tres (Sarre, Hesse y Berlín) quieren prohibir legalmente el uso del velo en todas las actividades de la función pública, y otros tres (Baden‑Wurtemberg, Baviera y Baja Sajonia) sólo en la escuela pública, pero sin incluir en la prohibición a los símbolos cristianos y judíos.

Este procedimiento ha suscitado, naturalmente, una viva polémica. En una carta escrita a los dirigentes de la Unión Demócrata Cristiana (UDC), Ángela Merkel rechazaba la prohibición de los signos religiosos en el espacio público, pensando que las tradiciones de inspiración cristiana forman parte de "nuestra cultura". “Este proceso podría culminar en una separación exagerada del Estado y la Iglesia", agregó el ministro de Justicia de Sajonia, Thomas de Maizière. Mientras recordaba que "en principio, el Estado tiene un deber de neutralidad en su relación con las religiones", el presidente (socialdemócrata) del Bundestag, Wolfgang Thierse, precisaba que "la cruz no es un símbolo de represión mientras que el velo sí lo es para las musulmanas". Pero el presidente de la República, Johannes Rau, opinó de otra manera, diciendo que la prohibición debería extenderse a los símbolos cristianos.

No hizo falta más para que las iglesias intervinieran en la polémica. No se puede poner la cruz en el mismo plano que el velo, replicó el cardenal Karl Lelunan, que dirige la conferencia episcopal. Y el cardenal Ratzinger, jefe de la Congregación para la doctrina de la fe del Vaticano y consejero cercano de Juan Pablo II, tomó oficialmente posición durante la misa de Año Nuevo: "Yo no prohibiría a una musulmana llevar el velo, pero mucho menos dejaría que nadie prohibiera la cruz como símbolo público de reconciliación".[3]

Estas contradicciones remiten, en realidad, al ambiguo estatuto de la religión en Alemania. La Ley fundamental de 1949 retomó un artículo de la Constitución de la República de Weimar (1919) que no separaba claramente el Estado y la Iglesia. Se limita a afirmar que "no hay una iglesia del Estado" y garantiza un "tratamiento igual a cada religión". Más aún: el preámbulo de la actual Constitución indica que ha sido redactada "con conciencia de la responsabilidad del pueblo alemán ante Dios y el hombre". De hecho, en las escuelas públicas, las religiosas tienen derecho a enseñar con hábito, los crucifijos están autorizados en las aulas, y en los programas deben figurar cursos facultativos de religión. Y lo que es más, el Estado cobra a 55 millones de cristianos un impuesto que luego entrega a las iglesias.

Gerhard Schröder, el primer canciller que no invocó a Dios al prestar juramento, señaló poco antes de Navidad que Alemania no era “laica”, sino “secularizada" y que estaba impregnada de la "religión judeo‑cristiana". También declaró: "Los pañuelos no tienen cabida entre las personas empleadas por el Estado, incluidas las docentes. Pero no se le puede prohibir a una chica que vaya a la escuela con un pañuelo".

Más radicales, las setenta mujeres del colectivo lanzado por Marieluise Beck, a quien se le encomendó el tema de la integración en el gobierno federal, aseguran: "Si prohibimos el acceso a la enseñanza de las mujeres con velo en general, sin conocer sus motivaciones individuales, perjudicarnos en primer lugar a las mujeres que quieren tomar el camino de la emancipación a través del trabajo".

"La cultura y la historia de Francia hacen que los franceses tengan un punto de vista diferente del nuestro sobre el laicismo y el uso de símbolos religiosos (...) En Gran Bretaña nos sentimos cómodos con la expresión de la religión, tanto si se manifiesta llevando velo, un crucifijo o la kippa ( ... ) La integración no exige la asimilación (...) La identidad británica contiene diferentes nacionalidades y tradiciones religiosas (...) La diversidad forma parte de nuestra fuerza ( ... ) Estamos orgullosos de nuestro país multicultural".[4] Esta declaración del secretario de Estado del Foreign Office, Mike O'Brien, no podría expresar mejor el abismo que separa la visión británica de la problemática francesa.

En el Reino Unido (que tiene 2 millones de musulmanes, esencialmente de origen indo‑pakistaní, el 3,4% de la población), los directores de establecimientos escolares públicos tienen libertad para dictar el reglamento interno. La mayoría de ellos autorizan el pañuelo, la kippa y el turbante sikh. En los hospitales se tolera la vestimenta islámica cuando es objeto de una demanda explícita. Incluso la policía acepta en su seno el pañuelo y el turbante... John Henley, en The Guardian, considera al laicismo corno un "concepto abstracto, incluso absurdo, para quienes están habituados a la noción del multiculturalismo británico o estadounidense". Y John Lichfield, en The Independent, califica el debate francés sobre el velo como "esotérico".

Bélgica (con 300.000 musulmanes, 2,9% de la población) está ubicada, en la cuestión del velo, entre Alemania y Gran Bretaña.[5] No tiene una legislación federal para las escuelas, pero éstas son libres de dictar sus propios reglamentos internos y, dado el caso, prohibir el velo. Hasta ahora los escasos conflictos ‑sobre todo dentro de la comunidad francesa‑ se han solucionado amigablemente. Sin embargo, aumentaron después de la prohibición del velo en una escuela de Bruselas y de las protestas que suscitó dentro de la comunidad musulmana.

Desde entonces, dos parlamentarios francófonos (la socialista Anne‑Marie Lizin y el liberal Alain Destexhe) presentaron una propuesta de ley referida a la prohibición de la vestimenta religiosa en las escuelas y para los agentes de la función pública. Pero el gobierno no parece dispuesto a apoyarlos... en pleno período electoral. Para el presidente del Partido Socialista, Elio di Rupo, "hay que dejar madurar la reflexión, sin prejuicios".

Holanda (300.000 musulmanes, el 1,9% de la población) pretende ser todavía más tolerante: la ley prohíbe allí toda discriminación religiosa y el velo se lleva en las escuelas públicas. Lo mismo ocurre en los países escandinavos que, en nombre de la libertad de culto, toleran el velo en la enseñanza, tanto pública como privada. En Suecia (350.000 musulmanes, 4% de la población), sólo se ha rechazado la exigencia de llevar el burka por parte de dos alumnas de origen somalí del Liceo Göteborg, porque impide a los docentes reconocer a sus alumnos. En Dinamarca (170.000 musulmanes entre 5,3 millones de habitantes), el Partido del Pueblo Danés (de extrema derecha) propuso en el verano de 2003 una ley de prohibición del velo. La coalición conservadora‑liberal ha endurecido su discurso contra el velo, pero sin recurrir a la ley. "Que digan lo que quieran sobre el velo, pero no estoy a favor de una prohibición nacional. Es algo que se opone al principio de libertad de expresión", ha declarado el ministro de Integración, Bertel Haarder.

La misma situación se da en España (300.000 musulmanes, el 0,7% de la población), donde el velo se lleva tanto en las escuelas públicas corno privadas.[6] Sólo en Madrid hubo un conflicto serio, hace dos años: la dirección del centro privado Juan de Herrera se opuso a que una marroquí de 13 años llevara el velo en clase; la niña fue simplemente transferida a una escuela pública. Pilar del Castillo, ministra de Educación, opinó a finales de diciembre de 2003, en el diario El País que, si bien la demostración de signos religiosos en las escuelas no es "apropiada", tampoco debe ser "prohibida". Si el gobierno de Aznar mantiene reservas al respecto, explica el diario madrileño es porque las cruces ya han sido retiradas de la mayoría de los centros públicos de enseñanza y, sobre todo, porque los consejos escolares tienen suficiente autonomía como para tomar decisiones sobre este tema.

En Italia (800.000 musulmanes, el 1,4% de la población) la cuestión del velo tampoco es un tema de actualidad. La inmigración, reciente, no ha llegado todavía al estadio del reagrupamiento de las familias, y comprende entonces una proporción todavía reducida de mujeres y niñas. Paradójicamente, fue la presencia de un crucifijo en un aula de la escuela primaria de Ofena, una pequeña población de los Abruzos, lo que generó un escándalo. El juez Mario Montanaro, interpelado por el padre de un alumno musulmán, Adel Smith, fundador del Partido Islámico Italiano que alimenta las crónicas desde hace dos años, ordenó descolgarlo a finales de octubre de 2003 ordenó descolgarlo: "El crucifijo, aseguró, expresa una adhesión implícita a valores que no forman parte de la herencia común de todos los ciudadanos".

Este juicio provocó un clamor de protesta general, que llegó al presidente de la República, Carlo Azeglio Ciampi, quien insistió en el "símbolo de los valores que están en la base de nuestra identidad". Y el Papa, pensando que "el reconocimiento del patrimonio religioso específico de una sociedad exige el reconocimiento de los símbolos que la califican", afirmó: suprimirlos "en nombre de una interpretación incorrecta del principio de igualdad" puede convertirse en "un factor de inestabilidad y, en consecuencia, de conflicto". No sólo el crucifijo del aula de Ofena volvió a su lugar sino que la escuela está ahora ornada con otro, gigante, regalo de un convento vecino. Es preciso decir que la polémica no tiene nada de nuevo, y con razón, porque, si bien desde la Segunda Guerra Mundial el catolicismo ya no es religión del Estado, una ley que data de 1923 prevé la presencia de crucifijos en las escuelas.

Si 108 Parlamentarios franceses votan la ley que se les ha propuesto, la política de Francia en materia de signos religiosos se parecerá sobre todo a la de Turquía, país musulmán pero de un estricto laicismo. La ley prohíbe allí llevar pañuelo en las escuelas y universidades, y en los edificios públicos. Las autoridades se muestran tradicionalmente muy vigilantes con relación a esta cuestión porque la reivindicación de llevar libremente el velo suele significar una forma de apoyo activo al islam político.

Surgido de esa corriente, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) del primer ministro Recep Tayyip Erdogan, que llegó al poder en noviembre de 2002, retomó sin embargo la herencia laica de Kemal Ataturk, pero no al punto de justificar la prohibición de llevar el pañuelo ante el Tribunal Europeo de Justicia. En 1998, Leyla Sahin, una estudiante que insistía en llevar pañuelo, motivo por el cual no pudo terminar sus estudios, se presentó ante el Tribunal, que acusó efectivamente a Ankara de atentar contra las libertades.[7] ¿Será condenada Turquía por aplicar una ley que en Francia pronto estará vigente?

 


[1] La Croix, Paris, 9‑1 ‑04.

[2] Las estadísticas relativas a los musulmanes varían mucho según la definición del término "musulmán". Sobre Alemania, cf. AFP 9 y 21 -12‑2003; y 1 y 5 ‑1‑2004.

[3] Reuters, 5‑1‑04

[4] Associated Press, 18‑12‑03.

[5] Sobre Bélgica, cf. AFP 5‑1‑04.

[6] Sobre España, cf. AFP 22‑12‑03.

[7] Sobre Turquía, cli. AFP 23‑12‑03.

 


 

Artículo aparecido en Le Monde Diplomatique, edición española