LAICISMO

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Los Orígenes del racismo

 

ALAIN RUSCIO *

 

¿

De dónde viene ese odio tenaz de un sector no despreciable de la población francesa hacia los magrebíes que viven en Francia, o, en términos más generales, hacia los musulmanes? Las personas con algunos conocimientos históricos responderán: "Desde las primeras conquistas coloniales, en 1830". Los franceses que tenían veinte años en las Aurès[1] ubicarán el fenómeno en la guerra de Argelia de 1954. Los jóvenes beurs (nacidos en Francia de padres magrebíes) de los suburbios tenderán a responder: "¡Es culpa de Le Pen!" Cada generación tiene, espontáneamente, la sensación de que los debates de ideas comienzan con ella, y tiene que hacer un esfuerzo para olvidar la actualidad inmediata y remontarse al pasado con el fin de encontrar las raíces lejanas de los fenómenos contemporáneos.

El conjunto de la población francesa de este año 2004 se sorprendería mucho si respondemos que el racis­mo antí‑árabe se remonta a la Edad Media, a los orígenes de la Reconquista[2], a las Cruzadas, o tal vez antes. ¿No resulta notable que algunos elementos constitutivos de la cultura histórica de los franceses estén íntimamente ligados a enfrentamientos con el mundo árabe‑musulmán? En orden cronológico: Poitiers, Roncesvalles, las Cruzadas...

La batalla de Poitiers, en 732 (que en realidad, parece haber tenido lugar en 733). ¡Fabuloso destino! Las palabras de Chateaubriand resumen una de las ideas recibidas mejor afianzadas de nuestra epopeya nacional: "Es uno de los grandes acontecimiento de la Historia: si hubieran triunfado los sarracenos, el mundo hubiera sido mahometano”. Se sobreentiende: ese día, la civilización triunfó sobre la barbarie,

De hecho, la batalla de Poitiers fue presentada a generaciones de escola­res como constitutiva de la nación francesa. Figura, por ejemplo, entre las "treinta jornadas que hicieron a Francia" de la célebre colección de Gallimard[3] (3). Carlos Martel, que te­nía unas cuantas incursiones contra las iglesias en la conciencia, se vol­vió, en la memoria colectiva, el símbolo de la fortaleza de la cristiandad.

La imagen de las hordas desatadas de bárbaros "mahometanos", que venían por oleadas a estrellarse contra las sólidas defensas francas, sigue impregnando muchos espíritus. Preguntemos a la mayoría de los franceses que todavía conservan algunos recuerdos escolares: Poitíers, en 732, va siempre a la cabeza del pelotón de las grandes fechas conocidas, junto con la coronación de Carlomagno en 800, la batalla de Marignan en 1515 o la toma de la Bastilla en 1789. No puede ser pura coincidencia.

Durante la guerra de Argelia, los comandos de irreductibles de la Organización del Ejército Secreto (OAS, en francés) adoptaron el nombre de Carlos Martel. Más cercano a nosotros, después del 11 de setiembre de 2001, un periodista de Le Figaro, Stéphane Denis, explica­ba tranquilamente que Occidente no debe avergonzarse de las Cruzadas, esgrimiendo el supremo argumento de que: "Nunca escuché a un árabe disculparse por haber llegado hasta Poitiers"[4]. Y durante la reciente elección presidencial, todos pudieron ver en las paredes de las ciudades: "Martel 732, Le Pen 2002".

Sin embargo, en la actualidad, los estudios históricos más autorizados están de acuerdo en reducir el alcance de la batalla. La invasión árabe fue una realidad. Pero la incursión sobre Poitiers apuntaba sobre todo a saquear Tours y las riquezas de la abadía de Saint‑Martin. Ataque poderoso. Pero sin un propósito de conquista territorial y, sin ambición de dominación política duradera. El historiador Henri Pirenne escribió al respecto: "Esta batalla no tiene la importancia que se le atribuye. No es comparable a la victoria lograda sobre Atila. Marca el final de una incursión, pero en realidad no detiene nada. Si Carlos hubiera sido vencido, sólo se habría producido un saqueo más considerable"[5]. Sin duda, el reflujo árabe estuvo más vinculado a los proble­mas internos de un Imperio muy jo­ ven pero ya inmenso, a una suerte de crisis de crecimiento, que a los golpes asestados por Carlos Martel.

Desplacémonos algunas décadas y algunos cientos de kilómetros y vayamos a Roncesvalles, en el verano de 778. Dos o tres generaciones de escolares lo aprendieron en sexto grado, en literatura francesa, con la Canción de Rolando, en el famoso "Lagarde y Michard":[6] las proezas de los valientes caballeros carolingios Rolando y Olivier frente a los fanáticos sarracenos que atacaban en gran número. Pero si bien nadie discute la existencia de la batalla de Roncesvalles, se sabe desde hace mucho que Rolando cayó ante los guerreros (hoy diríamos, los guerrilleros) vascos.

La Canción de Rolando es sólo la más conocida de las canciones de gesta medievales. En una notable tesis dedicada a la imagen de los musulmanes en esta literatura, Paul Bancourt, universitario, obtiene diversos rasgos de una diabólica actualidad.[7] En esos textos, escritos entre los siglos XI y XII, abundan las frivolidades: los sarracenos (término a fin de cuentas muy vago, que designa a todos los musulmanes de manera indiferenciada), "agentes del espíritu del mal, parecidos a los demonios", son pérfidos y solapados. El ataque por la espalda y la violación de las mujeres son moneda corriente. Si nos atenemos al texto titulado "La destrucción de Roma", "el salvajismo de los sarracenos llega a un grado extremo. Sus bandas prenden fuego a los castillos, a las ciudades, a las fortificaciones, queman y violan iglesias e incendian todo el campo romano, dejando un montón de ruinas a su paso. Saquean los bienes ( ... ). El emir hace matar a todos los prisioneros, laicos y religiosos, mujeres y jóvenes. Los sarracenos se entregan a las peores atrocidades, cortando las narices y labios, los puños y orejas de sus víctimas inocentes, violando a las religiosas ( ... ). Al entrar en Roma, decapitan todo lo que encuentran. El mismo Papa es decapitado en la basílica de San Pedro".[8]

Más circunspecto, Paul Bancour asegura que el Papa murió de la manera más natural posible y que no hubo ninguna violencia contra las personas. A lo sumo, saqueos. Evidentemente, los sarracenos no fueron más angelicales que la gran mayoría de los soldados de esa época de extrema violencia. Ni más, ni menos. Además, Paul Bancourt se pregunta si alguno de los actos de barbarie atribuidos a los sarracenos no fueron, en realidad, cometidos por los normandos o los húngaros.[9] Volvemos a encontrar la misma mentira, sin duda inconsciente, que en la Canción de Rolando.

¿Por qué semejante parcialidad? La explicación está en las fechas. La Canción de Rolando fue escrita a comienzos del siglo XII. Y describe hechos... ¡de finales del siglo VIIl! La destrucción de Roma fue redactada en el siglo XIII pero describe acontecimientos... ¡de 846! Un poco como si nosotros leyéramos, en un diario de esta mañana, una descripción de la batalla de Marignan. ¿Qué podía haber en el espíritu de los escritores y lectores de los siglos XI a XIII? La actualidad de entonces, que tenía dos caras: las cruzadas en Oriente, y las premisas de la Reconquista en Occidente. Es decir, enfrentamientos con el islarn.

Anteriormente, todos los pueblos paganos de Europa o venidos de Asia habían sido cristianizados uno a uno. Sólo subsistían, dos masas poderosas en el sudoeste y en el este de la Europa cristiana, países musulmanes, corno los dos brazos de una tenaza: España y el Imperio turco. Pero esas masas eran claramente inasimilables, a diferencia de las otras. "El germano, ‑escribe Henri Pirenne‑, se romaniza desde su entrada en la Romania. El romano, por el contrario, se arabiza desde que es conquistado por el islam". Allí reside un peligro mortal para todo el cristianismo. "Con el islam, ‑prosigue Pirenne‑, se introduce un nuevo mundo en las costas mediterráneas, donde Roma había esparcido el sincretismo de su civilización. Se produce una ruptura que durará hasta nuestros días. En los bordes del Mare Nostrum se extienden desde entonces dos civilizaciones diferentes y hostiles".[10]

La idea de la cruzada, guerra santa, nace precisamente en ese momento de contacto entre los dos mundos, cuando se hace evidente a los ojos de los reyes y papas del occidente cristiano que ese enemigo es inasimilable. En esas condiciones, ¿no resulta natural que los cronistas de la época confundieran alegremente a todos los enemigos de occidente? Por un fenómeno mental frecuente en la historia del hombre ‑la autointoxicación‑, los vascos, los normandos y los húngaros ¡se vuelven sarracenos!

Desde entonces, el espíritu de la cruzada impregna las mentes. Los “infieles” término infamante en esos tiempos de fe profunda, son forzosamente los musulmanes. Y ese sentimiento perdura. Chateaubriand menciona las cruzadas corno uno de los pocos temas épicos valiosos (Génie du christianisme, 1816). Delacroix pinta en 1841 una lírica Entrée des Croisés dans Constantinople. Víctor Hugo escribe, en La Légende des Siècles:[11] "Los turcos, ante Constantinopla / Vieron un caballero gigante / Con escudo de oro y sinople / Seguido de un león familiar / Mahorna amenazó, bajo las murallas / Le gritó: ¿Quién eres? El gigante / Dijo: Me llamo Funerales / Y tu te llamas Nada. / Mi nombre, bajo el sol, es Francia / Volveré, con la claridad /Aportaré la liberación / Traeré la libertad...''

Cuando los franceses emprendieron en 1830 la conquista de Argelia, su espíritu estaba predispuesto para una nueva guerra santa. No porque la motivación religiosa primara, sino porque la hostilidad a la "religión fa1sa" impregnaba a toda la sociedad francesa. Y los acontecimientos de la conquista, y luego de la "pacificación" de la colonia del norte de África, no la atenuaron. Desde entonces los enfrentamientos nunca han cesado. Todas las generaciones de franceses han recibido sus ecos: la guerra llevada a cabo por Abd El‑Kader (1832‑1847), la revuelta de Cabilia (1871), la lucha contra los kroumirs (pueblo del sur de Túnez) y el establecimiento del protectorado en Túnez (1880‑1881), la conquista de Marruecos y el establecimiento del protectorado en ese país (1907‑1912), la revuelta de Argelia (1916‑1917), la guerra del Rif (1924‑1926), la revuelta y represión en Argelia (mayo de 1945), los enfrentamientos con el Istiqlal (partido nacionalista marroquí) y el sultán de Marruecos (1952‑1956), y con el Néo‑Destour (partido nacionalista de Habib Bourguiba) en Túnez (1952‑1954). La guerra de Argelia representa un elemento más ‑que llegará a tener cada vez más peso‑ en la larga serie de enfrentamientos entre los pueblos de la región y el poder colonial.

Entonces, la islamofobia (12)[12] y el racismo anti‑árabe ¿son consustanciales a la cultura francesa? Sí y no. No debe olvidarse que, ante esa hostilidad que se muestra, hay otra parte del país que permanentemente se ha levantado contra ella. Siempre ha habido franceses que han saludado la majestad de la civilización musulmana, la belleza de sus realizaciones, y que han observado sin prejuicios a los pueblos árabes y bereberes. Hay que releer a Eugène Fromentin (Un été dans le Sahara, Une année dans le Sahel). 0 recordar esta frase de Lamartine, escrita en 1833: "Hay que hacer justicia al culto de Mahoma, que no ha impuesto más que dos grandes deberes al hombre: la oración y la caridad. (...) Las dos verdades más elevadas de toda religión", Más adelante, alaba al islam, "moral, paciente, resignado, caritativo y tolerante por su naturaleza".

Algunos franceses, más numerosos de lo que generalmente se cree, se levantaron contra el racismo que impregnaba el ambiente en la era del apogeo colonial. A la resistencia moral contra el racismo siempre se ha agregado una resistencia política a la colonización o, por lo menos, a sus “excesos". Baste recordar la gran voz de Jaurès protestando contra la conquista de Marruecos, la huelga declarada por el Partido Comunista francés y la Confederación General del Trabajo Unitaria (CGTU) contra la guerra del Ríf en 1925, las protestas de Charles‑André Julien contra las exacciones y las injusticias en todo el Norte de África o la resistencia francesa a la guerra de Argelia.

Los jóvenes musulmanes de Fran­cia, que al pensar que el racismo  tiende a generalizarse se ven tenta­dos a escuchar las sirenas del inte­grismo, se equivocan de combate. A comienzos del siglo XXI, como en el  corazón del XIX y del XX, hay dos Francias: la del enfrentamiento y la de la comprensión, la del racismo y la de la fraternidad. Independiente­mente de lo que piensen, la tendencia histórica indica el retroceso de la primera ‑aun cuando sigue siendo importante y no deben excluirse ac­cesos de fiebre‑ y la emergencia de la segunda.

 

*Historiador, autor de Credo de l'homme blanc, con prefacio de Albert Memmi, Ed. Complexe, Bruselas, 2002, y de Nous et moi, grandeurs et servitudes communistes, Ed. Tirésias, Paris, 2003.

 

 


 


[1] Vingt ans dans les Aurés, título de la película de René Vautier, sobre los horrores de la guerra de Argelia, rodada en 1972 y prohibida durante mucho tiempo en Francia.

[2] Pequeños Estados cristianos de la península ibérica parten en cruzada a la "reconquista" del territorio.

[3] Jean‑Henri Roy & Jean Deviosse, La bataille de Poitiers, París, Gallimard, NRF, 1966. Debe señalarse, por otra parte, que estos autores toman claramente distancia del mito "Poitiers, fortaleza de la cristianidad».

[4] Le Figaro, 24‑9‑01.

[5] Henrí Pirenne, Mahomet et Charlemagne, Alcan, Bruselas, NSE, 1936.

[6] Manual de literatura utilizado en los años 1960‑1970 por los alumnos desde el 6º hasta el 3er año.

[7] Les Musulmans das les chansons de geste du Cycle du Roi, 2 volúmenes, Publicación de la Universídad de Provenza, Aix‑en‑Provence, 1982.

[8] Henri Pirenne, op.cit.

[9] Les Musulmans dans les chansons de geste... Ibídem, p. 132.

[10] Henri Pirenne, op.cit.

[11] Véase "1453", poema escrito en 1858.

[12] Este término objeto de debate es empleado aquí como rechazo del conjunto de los practicantes del islam (y no como crítica de la religión).


Artículo aparecido en Le Monde Diplomatique, edición española